Gobierno de España
Liberalismo de centro
No hay, ni puede haber, una definición cabal, universal y completa del liberalismo, porque los liberales, como los demás, somos de nuestro padre y de nuestra madre
Cada vez que el pueblo inflige sopapos electorales a la izquierda, el progresismo se revuelve por el narcisismo herido, y revuelve el baúl de las consignas en busca del centro, del liberalismo y, el no va más, el liberalismo de centro.
Ahora que parece que bajar impuestos, salvo a los asquerosos ricos, puede volver a ser progresista, como ya dijo Zapatero antes de subirlos, no le extrañe a usted, señora, que los socialistas de todos los partidos recuperen una vieja fantasía y proclamen que liberales, lo que se dice liberales, pero liberales de verdad, genuinos liberales de centro, liberales son ellos.
Y así como han intentado convencernos de que Adam Smith no era liberal, volverán a agitar a Gregorio Marañón, o a cualquiera que les permita presumir de liberales, como si el liberalismo fuera cualquier cosa, o el centrismo cualquier equidistancia. Aquí van tres pistas para detectar algunas trampas de estos renovados taxónomos.
La primera trampa es que proclamarán que el liberalismo no es el mercado, con frases como «el mito del mercado como panacea universal». Tras carraspear educadamente, señora, usted puede observar que ningún liberal ha dicho nunca que el mercado es sagrado, porque sagrado, como sabe cualquiera, solo es Dios. Y, mire usted por dónde, desde el propio Smith en adelante, los liberales hablaron de valores, de justicia y de moral. Es precisamente el antiliberalismo el que mitifica lo contrario del mercado, es decir, la coacción política y legislativa sobre las instituciones de la sociedad libre, empezando por la propiedad privada y los contratos voluntarios.
La segunda trampa, derivada de la anterior, es presentar al Estado como si fuera liberal. Dirá usted: necesitamos al Estado para proteger la propiedad y los contratos. En efecto, y el ardid quedará así destapado, en cuanto usted perciba que quienes presumen de propiciar el liberalismo centrista, en vez que proteger dichas instituciones, las atacan.
Y, por fin, de las dos anteriores se deriva la tercera trampa. No hay, ni puede haber, una definición cabal, universal y completa del liberalismo, porque los liberales, como los demás, somos de nuestro padre y de nuestra madre. Pero hay algo que nos une a todos: la noción del poder limitado. Esa idea puede ser vulnerada por quienes pontifican en nombre del liberalismo. Esté atenta, señora, si no ve usted claros los límites del poder.
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