Encuestas electorales
El año de la «encuestología»
Pese a abusos o errores puntuales, las encuestas se afianzan como útil y provechoso termómetro social y político: recolectan, tamizan, interpretan y terminan, al final, consolidándose como guía.
Si convenimos que el año empieza en septiembre y que lo de enero, en realidad, es una mera construcción colectiva de comienzo, ahora nos precipitamos a estrenar etapa. Personal, escolar, laboral y también, claro, política. Encaramos el curso con las incógnitas propias de los primeros acordes y con una duda que nos sobrevuela: ¿serán los próximos meses una ruptura radical con los anteriores o una simple continuación de lo pasado? Y nos lo planteamos, sobre todo, por el periodo electoral que viene, suponiendo, claro, que lo hayamos logrado esquivar en algún momento de los últimos ocho años. Mucho se ha hablado, escrito y, quizá, hasta pensado sobre la permanente campaña en la que nos instalamos entonces y que nos acompaña hasta ahora, sobre ella y sus consecuencias para la vida pública.
Empezando, sin profundizar mucho más allá, por el freno que supone al fluir natural de los asuntos: todo, o casi, queda paralizado, o condicionado, por la hipotética repercusión en las urnas y por cómo reciban la decisión los potenciales votantes (una cualidad bien distinta a la de ciudadanos, parece). Junto a esta especie de procrastinación conjunta en la toma de decisiones, encontramos otra derivada que es, cómo no, la eclosión de encuestas para pulsar y reflejar el estado de ánimo general. Una especie de «¿qué haría usted si tuviese que votar ahora?» permanente. Y hacia ese excedente demoscópico nos lanzamos. Hay quienes cuestionan el papel de los sondeos en la vida política y recurren a famosos y estrepitosos fracasos como el del Brexit para engrosar sus argumentos, olvidando, más o menos deliberadamente, que las preguntas y las respuestas se limitan a proyectar nuestro reflejo, con nuestras contradicciones y con todas las certezas, los disimulos y las ficciones que nos acompañan. No ayuda a generar confianza, eso es cierto, el deterioro en la imagen del CIS como factor que ahonda en la crítica a esa supuesta «sondeocracia» que abocaría a influir y a determinar resultados, como algunos denuncian.
Sin embargo, y pese a abusos o errores puntuales, las encuestas se afianzan como útil y provechoso termómetro social y político: recolectan, tamizan, interpretan y terminan, al final, consolidándose como guía. Todas las que conoceremos a lo largo de este curso, públicas, privadas, conductuales, electorales, todas y cada una de ellas, configurarán el ciclo que iniciamos. Permitirán tomar resoluciones, reforzar planteamientos, fijar o modificar posturas. Abrirán crisis o abonarán esperanzas. Preparados deberíamos estar porque, como si recreásemos a la mismísima Didion, ya nos adentramos en el año del pensamiento «encuestológico».
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