Política

Invitación a decir: ¡Basta, ya! Ya está bien

No podemos continuar siendo la cofradía de los ausentes y callar sin manifestarse frente a leyes injustas

La semana pasada, recurriendo a San Pablo en su carta Timoteo, recomendaba hacer oraciones por los que nos gobiernan en el mundo, para que podamos llevar una vida justa y de paz. Añado hoy que los que nos gobiernan conforme a los derechos humanos, a la dignidad de la persona humana, a los bienes prepolíticos que sustentan el bien común.

Ante la situación actual es urgente que se despierte en el corazón de todo el mundo una firme decisión de rechazar las vías de la violencia, del fraude, y luchar contra la semilla de odio, desigualdad y división en el seno de la familia humana y trabajar por una nueva era de cooperación universal, de lealtad, inspirada en los más altos valores de solidaridad, justicia y paz. Es preciso exigir a los que rigen los destinos de los pueblos o aspiran a regirlos que les mueva el respeto a la gramática humana de su identidad, a la búsqueda del bien común. Estamos necesitados de que se cumpla lo que Dios quiere con justicia social, en atención a una distribución justa de la riqueza, sin absolutizar el dinero para intereses propios. La Humanidad tiene la oportunidad de hacer grandes avances contra la pobreza, la enfermedad, la violencia o la falta de respeto a la vida. De nosotros depende que a un siglo XX de lágrimas le siga un siglo XXI que sea tiempo auroral para el hombre, «nueva primavera del espíritu humano».

Las posibilidades a disposición de la familia humana son inmensas, si bien no suficientemente manifiestas en el mundo, en el que demasiados hermanos y hermanas nuestros sufren desnutrición y falta de acceso a la sanidad y a la educación, a la libertad, gravados por gobiernos injustos, conflictos armados, desplazamientos forzosos y nuevas formas de servidumbre humana. Se requiere amplitud de mirada y generosidad para aprovechar las oportunidades por quienes se han visto bendecidos con la libertad, la riqueza y la abundancia de recursos. Las apremiantes cuestiones éticas suscitadas por la división existente entre quienes se benefician de la globalización de la economía mundial y los que se ven excluidos de dichos beneficios exigen respuestas creativas por la comunidad internacional. La revolución de la libertad debe verse completada por una «revolución de oportunidades» que haga posible que todos los miembros de la familia humana gocen de una existencia digna y compartan los beneficios de un desarrollo auténticamente global.

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, criaturas suyas dotadas de una dignidad inviolable. Dios quiere hacer partícipes a todos de su amor, que se manifiesta en los beneficios de la tierra destinados a todos los hombres y no a unos pocos. Y la verdad de todo es Cristo, el mediador único entre Dios y los hombres. Necesitamos a Dios, en quien está la verdad del hombre y su dignidad. Y rechazar esto es camino abierto que conduce a lo que tenemos. Déjense los que gobiernan de encerrarse en intereses particulares y tengan otras miras de sabiduría política y las cosas cambiarán.

Cuando algunas vidas, con inclusión de los no nacidos, se ven sujetas a las opciones personales de otros, deja de quedar garantizado cualquier otro valor y derecho, la sociedad acaba regida por conveniencias particulares. No puede mantenerse la libertad en un clima cultural que mide la dignidad humana en términos estrictamente utilitarios. Esto es lo que se nos pide: que no tengamos más que un sólo Señor, Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos, que no quiere la exclusión de nadie ni tampoco la exclusión de sus bienes y que vivamos como verdaderos servidores suyos con y en libertad, porque ahí es donde está la verdadera realización del hombre volcándose en favor de los más pobres, los débiles y descartados, y no utilizando nada ni nadie en favor exclusivo del propio interés como «administradores infieles que barren para su propia casa». Hay que exigir a los que nos gobiernan y legislan, protestar y denunciar con manifestaciones públicas legítimas, por el común y las personas religiosas y católicas. No podemos continuar siendo la cofradía de los ausentes y callar sin manifestarse frente a leyes injustas, como las que están en contra de la vida, las relacionadas con el favor del aborto, como las últimas leyes aprobadas en España. Pido encarecidamente a los católicos que se unan y se manifiesten contra leyes inicuas e injustas y reprobables, y son ya tantas que hay que decir ¡BASTA! ¡YA ESTÁ BIEN!, ¡HASTA AQUÍ HEMOS LLEGADO!