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Asistimos a una derrota moral y militar evidente de las tropas de Putin en Ucrania, a la humillación de sus Fuerzas Armadas

«N o es un farol: esta guerra va en serio y puede desencadenar un ataque nuclear». Las palabras de Vladimir Putin resuenan con fuerza esta semana. También la respuesta de Biden: «una guerra nuclear no se puede ganar y nunca se debe librar». Putin nos deja muy inquietos movilizando en su país a reservistas, detenidos, padres de familia, hombres sin formación militar.

Tanto Occidente como sus propios compatriotas asistimos a un guion impredecible y, en paralelo, a un éxodo inédito y masivo de ciudadanos rusos que se niegan a luchar por el honor de su presidente. Si hace solo unos meses veíamos a cientos de miles de ucranianos huyendo del horror de las bombas, esta semana se han invertido los papeles. Ahora la balanza del miedo cae del lado de la población rusa. Una sociedad civil que, aterrada, colapsa carreteras y agota vuelos hacia países que no exigen visado.

Varias conclusiones rápidas sobre este nuevo escenario bélico: asistimos a una derrota moral y militar evidente de las tropas de Putin en Ucrania, a la humillación de sus Fuerzas Armadas. De lo contrario, ese último mensaje a la nación no se habría producido. En segundo lugar, el presidente ruso se va encontrando más aislado en su escalada de violencia: China le para los pies con cautela, Turquía ve ilegítimos los referéndums en el Donbás. Ahora bien, me surge una tercera idea: Putin resulta impredecible, capaz de ordenar cualquier barbaridad. Del uno al 10, expertos militares consultados elevan al notable alto la posibilidad de que pierda los papeles si Ucrania continúa ganando terreno.

Para los españoles esta coyuntura implica, de entrada, precios por las nubes, aumento preocupante de las colas del hambre y que, en este momento, solo tres países de la Unión Europea nos superen en número de habitantes en riesgo de caer en la pobreza. Semejante situación nos sorprende en plena desintegración de VOX –con Macarena Olona y Mario Conde de extraña pareja–, con Ciudadanos prácticamente extinguido y con un partido llamado Unidas Podemos que estudia cambiar de nombre, a ver si mejora en los sondeos. En resumen, un guirigay político que confirma el fortalecimiento del bipartidismo, en perjuicio de los extremos ideológicos.

Y entretanto, en la agenda electoral de todos gana peso la batalla de los impuestos. Comunidades populares compiten por ofrecer la mejor rebaja al ciudadano mientras el Ejecutivo central explora nuevas tasas, en contra del criterio de los empresarios. El impuesto temporal a los ricos –que suponen apenas el 1% de los españoles– es solo un parche, entre tú y yo. Pero hay que hacer frente a la ofensiva de la oposición. Y entretanto ahí seguimos los ciudadanos, fritos, observando las estrategias de unos y otros. La última, la de nuestro presidente del Gobierno, moviéndose hacia la presidencia de la Comisión Europea.