Opinión

Pederastia y apostasía públicas

La pasada semana, la ministra de Igualdad, Irene Montero, compareció ante la Comisión parlamentaria del Congreso encargada del control, seguimiento e impulso de la actividad de su departamento, para informar exultante de su gran logro político, la conocida como «Ley Trans» que, sumado a su anterior proyecto sobre la Salud Sexual y Reproductiva –el aborto– explica su entusiasmo. Informó de su contenido y tramitación parlamentaria, una vez aprobado el proyecto por el Consejo de Ministros, por cierto sin los preceptivos informes del Consejo de Estado y del CGPJ, por cuanto «la urgencia de su entrada en vigor no permitió esperar a su emisión».

De entrada, cabe decir que ese proyecto legislativo es un auténtico despropósito ético y moral, además de ser un atentado contra la propia naturaleza humana y el sentido común. Ya su proyecto del aborto elimina la restricción para que las jóvenes adolescentes menores de edad deban informar previamente a sus padres de su decisión y tener su consentimiento, autorización que, por ejemplo, necesitan para ir de excursión o cosas similares. Regula las relaciones personales íntimas hasta el punto de establecer que «sólo el sí es sí» implica consentimiento por parte de la mujer, lo que en la práctica puede significar situaciones surrealistas y consecuencias jurídicas contrarias al fin perseguido, como ya anuncian por ejemplo los defensores legales de «la manada».

Pero el estrambote de su proyecto político es el de la ideología transexual, que ha merecido que, incluso, el sector feminista del PSOE se oponga con un argumento tan simple como evidente: si no existe la mujer biológica, sino que la «autodeterminación de género» define la identidad sexual al margen del sexo biológico, entonces no existe la mujer como tal, y el feminismo carece de sentido. Llevada por su entusiasmo, la ministra hizo una clara apología de la pederastia «siempre que exista consentimiento previo del menor», lo que ha conllevado la crítica de un sector de la oposición, el de Vox, con la respuesta de la ministra de que «al fascismo se le para con más derechos».

El silencio de la jerarquía eclesial ante unos proyectos que atentan frontalmente con los principios del humanismo cristiano solo ha sido roto por unos pocos prelados, destacando entre ellos el Cardenal Arzobispo de Valencia. La respuesta de la Conferencia Episcopal Española, por boca de su portavoz, a las declaraciones de la ministra sobre la pederastia –reunida su Comisión Permanente esta semana en Madrid–, ha sido que «a veces decimos cosas que no son lo importante, pero que focalizan la atención pública». Cierto y tristemente, vivimos en tiempos de apostasía pública.