Política

Entre el caos y el sainete

«Es habitual escuchar a analistas británicos hablar en los medios de su sensación de ridículo internacional»

Una famosa máxima nos advierte de lo inconveniente que puede ser un deseo desaforado, porque podrías alcanzarlo. Durante décadas, los británicos estuvieron en la Unión Europea, pero poco. Sus socios continentales consintieron esa excepción anglosajona mediopensionista porque Europa no se entiende sin el Reino Unido, igual que el Reino Unido no se entiende sin Europa, por mucho que una amplia cantidad de los ciudadanos de las islas así lo considere.

Y esa unidad de destino se ha demostrado a partir del malhadado día en el que el poco competente primer ministro David Cameron decidió que su país se suicidara con un absurdo referéndum sobre el Brexit en 2016: votaron a favor de abandonar la Unión Europea. Desde entonces, el Reino Unido intenta averiguar cómo se hace eso. Con la elección de Rishi Sunak, ya han tenido cinco primeros ministros en los seis años que han transcurrido. Es el tercer cambio en el despacho del 10 de Downing Street desde el verano. Y en estos días de sainete, es habitual escuchar a analistas británicos hablar en los medios de comunicación de su sensación de ridículo internacional.

El caso británico es un ejemplo extremo en estos tiempos, pero no es el único modelo de política caótica, motivada por la incapacidad de los dirigentes o por la creciente tendencia de muchos votantes al extremismo populista. Véase el caso de Italia, donde tres partidos que abarcan desde la extrema derecha hasta las zonas fronterizas con esa misma extrema derecha acaban de formar un gobierno que provoca más dudas que certezas entre sus propios componentes, por no extendernos mucho sobre el apoyo que algunos de sus miembros dan a Vladimir Putin. Y ocurre en la tercera economía europea.

En la cuarta, España, no asistimos a nada que se aproxime a una situación de inestabilidad política. De hecho, el presidente del Gobierno está a punto de aprobar unos nuevos presupuestos y, por tanto, de asegurar lo que resta de legislatura. En este caso, el problema no es la inestabilidad, sino en compañía de qué partidos y a cambio de qué se asegura esa estabilidad. Con la nariz tapada.