Catolicismo

Memoria agradecida a Juan Pablo II

Fue decisiva aquella visita del Papa. Fue un torrente de gracia, una lluvia serena y copiosa de amor que Dios derramó sobre España

Coincidiendo con su onomástica, el 4 de noviembre de 1982, el Papa Juan Pablo II, hace ahora 40 años, vino a España como «testigo de esperanza». Y la verdad que su venida trajo una nueva primavera a la Iglesia, con él brilló una gran luz no apagada, abrió sendas de esperanza que siguen abiertas. Nos visitó, como enviado de Dios, para «confirmar nuestra fe», «confortar nuestra esperanza», y dar ánimo y «alentar las energías de la Iglesia y las obras de los cristianos». No puedo olvidar aquellas palabras suyas tan vibrantes nada más pisar tierra en el aeropuerto de Barajas: «Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano. Para sacar de ahí la fuerza renovada que os haga siempre infatigables creadores de diálogo y promotores de justicia, alentadores de cultura y elevación humana y moral del pueblo. En un clima de respetuosa convivencia con las otras legítimas opciones, mientras exigís el justo respeto de las vuestras».

No pueden ser más actuales estas palabras, ni puede haber mejor programa para la Iglesia en España hoy que vive esta etapa histórica, verdadera hora de gracia, a pesar de tantas cosas que estamos viviendo. Sus discursos, por ejemplo, el que pronunció, en Toledo en el barrio del Polígono fueron de trascendencia para nuestro país, son como una glosa de esas mismas palabras. ¡Qué mensaje tan importante dejó en Toledo, lugar propicio para mostrar el camino dirigido a ser sal de la tierra y luz del mundo, por estar Toledo tan «íntimamente vinculada a momentos importantes de la fe y de la cultura de la Iglesia en España».

También nos dijo: «No se trata de amoldar el Evangelio a la sabiduría del mundo... ¡Sólo Cristo! Lo proclamamos agradecidos y maravillados. En Él está ya la plenitud de lo que Dios ha preparado a los que le aman». Es el anuncio que la Iglesia confía a todos los que están llamados a proclamar, celebrar, comunicar y vivir el Amor infinito de la Sabiduría divina. Es ésta la ciencia sublime que preserva el sabor de la sal para que no se vuelva insípida, que alimenta la luz de la lámpara para que alumbre lo más profundo del corazón humano y guíe sus secretas aspiraciones, sus búsquedas y sus esperanzas».

Como buen sucesor de Pedro, sus palabras nos recuerdan a las mismas de Pedro ante el paralítico a la puerta del templo: «Lo que tengo te doy: en nombre de Jesucristo Nazareno, ¡levántate y anda». Es lo que hoy necesitamos: ¡Jesucristo! En Él está la esperanza y el camino, Él es la Verdad y la Vida; como testificaron nuestros mártires.

Nosotros, hoy, los españoles de buena voluntad, hoy, con un «¡Gracias, gracias, y hasta siempre, “Testigo de esperanza”!», dinamizada desde entonces queremos que su mensaje, su persona, su testimonio, su enseñanza, su «riqueza» siga vivo, como Él en el Reino de los cielos. Con toda certeza aquella inolvidable visita seguirá alentando nuestro camino en el presente, porque sólo así «seremos fieles a nosotros mismos y capaces de abrirnos con originalidad al porvenir». Nos reabrió un gran futuro. El «Papa de los jóvenes» llenó entonces de juventud a la Iglesia. No dilapidaremos su legado, su herencia. «¡Gracias, muchas gracias, inolvidable y querido San Juan Pablo II! Ayuda, desde el Cielo, junto a María, a esta tierra suya, a España».

Fue decisiva aquella visita del Papa. Fue un torrente de gracia, una lluvia serena y copiosa de amor que Dios derramó sobre España. Queremos y debemos hacer memoria agradecida de aquello; queremos revivir sus palabras; queremos y debemos volver a gustar aquel mensaje de luz y de verdad para «sacar fuerza, de ahí, renovada» que nos impulse a la renovación y transformación de nuestra sociedad. ¡Cuánto necesitamos en la España actual aquel mensaje que nos dejó hace 40 años! Habría que releer el libro que recoge cuanto dijo e hizo Juan Pablo II, en aquella visita pastoral inolvidable, editado por la Conferencia Episcopal Española: «Juan Pablo II en España».