Trabajo

Extraña sonrisa

La corrección política, en su fatal arrogancia, pontifica sistemáticamente sobre el pueblo oprimido sin tenerlo jamás en consideración.

En sus comentarios en el diario «El País», el destacado escritor Juan José Millás expone con bastante nitidez el pensamiento único.

Presentó hace tiempo una fotografía de una señora de raza negra que trabajaba de temporera en Huelva. Gracias a ella comemos fresas. Y el pensador nos informa de que ha venido de otro país tras un viaje «agotador, el trabajo dura poco, el salario es escaso y las condiciones en las que vive son ásperas, muy ásperas, con jornadas agotadoras de las que, llegada la noche, se tomará un respiro echándose en un jergón a la intemperie, o, si es afortunada, bajo un ardiente techo de uralita que compartirá con decenas de braceros que se encuentran en condiciones semejantes. ¿Cómo imaginar que comerse unas fresas le hacía a uno cómplice de esa barbarie?».

La corrección política, en su fatal arrogancia, pontifica sistemáticamente sobre el pueblo oprimido sin tenerlo jamás en consideración. De hecho, Millás no dedica ni una palabra de comprensión hacia esa mujer y su sonrisa contenida. No es capaz de preguntarse por qué hace eso, por qué tantos millones de trabajadores se mueven de un país a otro, y lo han hecho históricamente, a menudo para afrontar unas condiciones que los refinados intelectuales urbanitas califican de bárbaras. A veces hacen lo mismo los propios inmigrantes que buscan una vida mejor mediante el esfuerzo y el sacrificio, como una tatarabuela mía, modesta campesina judía, originaria de Letonia, cuando avistó la inclemente desolación de la Patagonia chilena a mediados del siglo XIX, y solo exclamó: «Meinn Gott!».

La economía nos puede ayudar a ponderar la cuestión, gracias al Teorema de Harris-Todaro, pensado inicialmente para las migraciones más importantes y masivas, que son las que desplazaron a la gente del campo a las ciudades. Sostiene dicho teorema que la variable que explica mejor la conducta migratoria no son las diferencias de renta, sino las diferencias en las expectativas de renta futura. Eso es posiblemente lo que ilumina el rostro de la mujer con esa extraña sonrisa de la que el columnista de «El País» no da cuenta.

Comprar las fresas cosechadas por esa señora no es ninguna barbarie, como sentencia erradamente el escritor. Igual es algo que contribuye a que la trabajadora haga realidad sus sueños y sonría aún más.