Pedro Sánchez
Fechas y afrentas
Aquello se llamó el milagro de Empel y desde aquel ocho de diciembre, la infantería española celebra la Inmaculada Concepción como su patrona
Concha celebra cada ocho de diciembre su santo. Concha es Concepción, Inmaculada Concepción. Uno de los dogmas de la Iglesia católica, según la cual «debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano». Eso es la Inmaculada Concepción, una suerte de creencia en que la madre de Jesucristo obtuvo en su concepción el privilegio singular de no arrastrar como todos los demás seres humanos, el pecado original desde su nacimiento.
El dogma de la Inmaculada Concepción lo proclamó el papa Pío IX en 1854. Aquello, recuerda Concha que leyó en algún sitio, dio vida a los famosos piononos, esos pastelitos granadinos dulcísimos, que nacieron para conmemorar aquel dogma, con el nombre del papa que lo promulgó, Pio Nono.
Se fijó el ocho de diciembre por un elemental cálculo biológico: la concepción se marcaría en el calendario nueve meses antes de la celebración festiva del nacimiento de la Virgen, el ocho de septiembre.
Ya había inmaculadas en el arte como la de Murillo o la de Rubens. Y hasta se le atribuían milagros.
Casi 300 años antes de aquella bula papal, en diciembre de 1585 en plena guerra de los 80 años en Flandes, un Tercio viejo, al mando del maestre de campo Francisco Arias de Boadilla, compuesto por unos cinco mil hombres, defendía la isla de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal, rodeada por una escuadra de cien barcos holandeses. El almirante al mando de la escuadra, Felipe de Hohenlohe (¿de qué le suena a Concha ese nombre?) instó a los españoles a rendirse, pero éstos prefirieron la muerte, y allí se acuñó aquella famosa frase de la infantería española: «ya hablaremos de capitulación después de muertos».
Los holandeses decidieron entonces abrir las compuertas de los ríos e inundar el campamento. Era la noche del siete de diciembre. El tercio se refugió en lo alto de un monte llamado Empel. Allí, un soldado del tercio, cavando una trinchera, encontró una tabla flamenca con una efigie de la Inmaculada. Tomándolo como una señal, los españoles se encomiendan a ella a la espera de un milagro. Y ese milagro, o algo parecido, se produce. Porque esa noche se congelan las aguas que rodeaban el monte y el ocho de diciembre de 1585 el tercio avanza sobre el hielo al encuentro de los barcos y, como dicen los cronistas militares, no sin mucho sufrimiento y pérdidas, consiguen derrotar a los holandeses. Aquello se llamó el milagro de Empel y desde aquel ocho de diciembre, la infantería española celebra la Inmaculada Concepción como su patrona.
Se pregunta Concha si habrá conexión entre el milagro y la fecha que fijó la Iglesia, aunque su amiga Luz, que es católica y practicante, no tiene duda alguna de que la Purísima, así la llama, obró el milagro precisamente el día en que ella fue concebida, para agradecer a los soldados que estaban defendiendo la fe católica frente a los calvinistas, que se hubieran encomendado a ella.
Concha no practica y solo va a misa en bodas o cuando acompaña a su madre, que es rociera y tira mucho de ella.
Pero sí le gustaría que alguien hoy obrara algún milagro. O algo así, si es que fuera posible.
En la semana en que la España institucional y política y la de la fe y la tradición se unen en la línea discontinua de un puente inacabable, ha habido desde la política gestos que a ella le parecen poco considerados. No le sonó, digamos, elegante, que el martes, en la fiesta de cumpleaños de la Constitución anunciara Sánchez que otorgaría a quienes la afrentaron otro privilegio más para liberarlos de la sanción y hasta permitirles el regreso a la política, que es lo que van a hacer al rebajar también la malversación. Como tampoco que el día después de una fiesta católica con ribetes históricos de milagro militar sobre las aguas, reaparezca el filibusterismo político, piratería al fin, de más baja estopa, colando en la reforma legal del delito de sedición, un par de brochazos sobre las normas de elección de jueces en el Constitucional y en el propio Consejo General que permiten el desbloqueo, pero inclinando la balanza del lado del Gobierno. Todo legal, perfectamente legal y democrático porque cuenta con el refrendo de la mayoría parlamentaria y en parte es respuesta a lo que llaman en el Gobierno bloqueo del PP que no es otra cosa que la incapacidad de gobierno y oposición para acordar temas trascendentales. Pero indecente como política nacional y absolutamente desprovista de sentido de Estado.
Otro ejercicio de política minúscula que a Concha se le antoja un caprichoso juego con las fechas. Inconsciente, seguro, pero tiene su aquel regalar privilegios a los enemigos de la Constitución en su día, y piratear en la política cinco siglos y medio después de lo de Flandes.
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