Príncipe Harry de Inglaterra

Harry Woke y la piedra filosofal

Recordarán los tiempos gloriosos en los que el pilluelo Harry correteaba disfrazado de Hitler por las fiestas universitarias con dos litronas de cerveza en sendas manos

En la imagen Meghan y Harry sentaditos en un sofá. Ambos conversan animados con sus entrevistadores, y Meghan, con esos ojitos tan vivaces, bromea sobre lo surrealista que era para ella hacer reverencias. Entonces, comienza a inclinarse, se inclina más y más, obscenamente, ante la mirada atónita de los espectadores de Netflix (y de su marido). Por fin se incorpora riéndose divertidísima tras escenificar su primer contacto con la Reina. Un momento ¿está ridiculizando a Isabel II? ¿Se está mofando de la cultura británica? Me temo que sí, no dejen de ver esta docuserie que ya está dando vueltas al globo y no ha hecho más que arrancar.

A mí, lo que más me llama la atención es lo que han cambiado en estos pocos, pero cruciales años, especialmente Harry, al que se le ha quitado la enternecedora expresión de merlucillo que lucía hasta hace nada. Ahora, que es padre, y vive por su cuenta en California, como hombre casado, se le ha puesto cara de hombre, pero no exactamente de hombre íntegro, como su hermano Guillermo… Algo distinto. Digamos que ahora exhibe ese rictus, entre cursi y neurótico, del progre mundial.

No en vano, su madre, la inmortal princesa Diana dijo en varias ocasiones que sus dos hijos tenían temperamentos y caracteres radicalmente distintos. Este invierno, a la luz de los últimos acontecimientos y del circo mediático que ofrecen Harry y Meghan (y que ya podemos disfrutar desde nuestros respectivos sofás con mantita como un producto navideño corriente) recuerdo haber leído que con seis años el Duque de Sussex espetó a su hermano: “tú reinarás, pero yo haré lo que me dé la gana”.

Lo cierto es que, en apariencia, ojos vemos corazones no sabemos, Harry tiene más pinta de hacer lo que la protagonista de su película de amor y lujo particular decide (en todo momento) pero eso no hace falta que lo lean en un periódico, porque se puede leer en su rostro. Un rostro que proyecta la pasión del converso. Su viaje hacia la luz dejando atrás la monarquía inglesa, malvada y racista.

Recordarán los tiempos gloriosos en los que el pilluelo Harry correteaba disfrazado de Hitler por las fiestas universitarias con dos litronas de cerveza en sendas manos. Y esos pretéritos días en los que sobresaltaba a su dulce abuelita, que en paz descanse, y le hacía escupir el té (o el gin tonic) protagonizando mediáticas peleas en la noche londinense, jugando al “strip-billar”, copiando en los exámenes universitarios y, en definitiva, buscando sensaciones novedosas, como cualquier chico blanco privilegiado de su edad ¡Y vaya si las ha encontrado!

Para el británico promedio, lo que está haciendo el chico es una vil traición a la patria y a la Corona, pero al resto de los mortales que no somos ingleses (y algunos tampoco monárquicos), Harry (como Diana y Meghan) no nos cae mal. Por lo visto, el hijo menor de la Princesa Di se ha identificado con ella moral y socialmente relevándola en su modus operandi y su rol hiper mediático y reclamando libertad y sentimiento a voz en grito y caiga quien caiga.

Vamos, que no le interesa tanto como a su hermano la Institución (The Firm), del mismo modo que su sentido del deber monárquico no es disparatadamente fuerte (igual que no lo ha sido nunca el de su padre, Carlos III).

De hecho, no le ha seducido ni le ha merecido la pena el rollito Buckingham Palace y se ha inclinado por una personalidad más relevante pisoteando sus orígenes y abrazando la cultura progre y woke en la persona encantadora y magnética de Markle, y junto ella, y la madre de esta, ha encontrado un papel protagonista muy popular.

A ver, todos podemos entender que pasar de la noche a la mañana, de liberada actriz en los Estados Unidos a “casta” esposa de la Casa Real más encorsetada del mundo requiere un periodo adaptativo y enormes reajustes personales con sus desavenencias. ¡Pobre Meghan! En la casa Windsor había que hacer reverencias y no es muy canónico eso de abrazarse y dar besitos ni saltitos al entrar en una estancia, ni todos esos mohines egocéntricos y emocionales y tan de actriz.

Como saben, Meghan no terminó de triunfar por no ser lo suficientemente afroamericana para ser aceptada en la comunidad televisiva negra ni demasiado caucásica como para hacerlo en el cine americano. No obstante, esta serie es un triunfo desde su concepción ¡Netflix, la piedra filosofal! y Meghan que además de guapa es muy inteligente (lo dice veinte veces ella misma, por cierto) sabe que en América será la heroína del progresismo sensiblero: las razas, las minorías discriminadas, el odio a las elites, a los ricos… Y le es muy rentable convertirse en la representante de esas jugosas disidencias con fines publicitarios.

Así pues, Harry & Meghan han creado su Club de la bondad particular, “Porque woke, por definición, significa estar alerta ante las injusticias” ha declarado ella… Hay que defender las causas nobles, estoy de acuerdo. Los duques de Sussex también son activistas medioambientales, sin embargo, últimamente viajan en jet privado a sus eventos, mientras el príncipe y la princesa de Gales en vuelos comerciales de British Airways.

¡Y qué importa eso! La pareja, como tantos otros sofistas, ya son considerados “héroes” en los Estados Unidos. Ya son Premio ‘Ripple of Hope’, por haber denunciado públicamente el racismo que, según ellos, existe en la Casa Real británica.

Me pregunto si Harry es inteligente (como su mujer) y consciente de lo lesivas que son sus declaraciones para la monarquía y para su país. Y este circo me lo explico pensando en un niño que fue golpeado por el trágico destino de su madre y que por eso decidió marcharse y rechazar el papelito secundario en la superproducción de los royals y, de paso, frecuentar a personas bohemias, usar chándal, beber, fumar… Eso sí, lo que nadie se fuma, porque es infumable, es que Harry & Meghan se hayan ido buscando discreción y anonimato… “Una vida normal” (como dicen victimizándose) para después vender esta bomba de popularidad a Netflix como Tamara y Georgina.