Historia
La tercera España
La fuerza más poderosa e influyente a la muerte de Franco era la Democracia Cristiana, con distintas sensibilidades, desde el antifranquismo radical y luchador hasta el conservadurismo cómodo con el nacional-catolicismo
Se barrunta en España un cambio de ciclo político. Hay quien habla incluso de una «segunda Transición». Los contornos de la primera, la que nos llevó a la democracia y a la reconciliación, aparecen cada vez más borrosos, casi difuminados. Se trata de no perder la memoria, cuando se multiplican las falsificaciones y las apropiaciones indebidas. Por eso no está de más repasar la historia con aportaciones de testigos directos y dar a cada cual lo suyo. Es lo que hace Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona, con su nuevo libro, publicado por el CEU, «El Grupo Tácito. Un precursor del centrismo de UCD», en el que pone de relieve el papel de los «Tácito» en el tránsito pacífico de un régimen a otro. Él fue uno de sus componentes destacado. Bajo esa firma colectiva, que publicaba sus influyentes artículos en el «Ya», andaba lo más florido de la Democracia Cristiana –Marcelino Oreja, Landelino Lavilla, Óscar Alzaga, Alfonso Osorio, José Manuel Otero Novas, F. Arias-Salgado…–, que luego constituirían el núcleo duro, con Adolfo Suárez al frente, del Gobierno que llevó a cabo la Transición.
La fuerza más poderosa e influyente a la muerte de Franco era la Democracia Cristiana, con distintas sensibilidades, desde el antifranquismo radical y luchador hasta el conservadurismo cómodo con el nacional-catolicismo. El clero joven posconciliar se inclinó abrumadoramente a la izquierda. El conflicto de la Iglesia con el régimen franquista llegó a extremos increíbles. Cuando el «caso Añoveros», obispo de Bilbao, el cardenal Tarancón llegó a llevar en el bolsillo un papel con la excomunión de Franco. ¿Por qué no surgió aquí, como en Italia o Alemania, un poderoso partido democristiano a la sombra de la jerarquía católica? Pueden encontrarse distintas explicaciones. Una de ellas es la configuración improvisada de UCD, un conglomerado en el que convivieron, no siempre plácidamente, democristianos, liberales, socialdemócratas y «azules». Y eso duró lo que duró.
Pero hay una razón de fondo que impidió en España un gran partido confesional. El cardenal Tarancón, de conformidad con el nuncio Dadaglio y con el visto bueno de Pablo VI, pensó que había que evitar a toda costa que la religión volviera a ser motivo de conflicto civil entre españoles. Había que impedir el rebrote de las «dos Españas», y se impuso la idea herreriana de la «tercera España», promovida también por Julián Marías, que impulsó el Grupo Tácito y que cuajó en la Constitución. Pero los valores del humanismo cristiano de los «Tácito» han ido diluyéndose en el Partido Popular, resignado a la cultura laicista y a la imposición de la ideología de género.
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