
Opinión
Ábalos: epifanía en Soto del Real
El español, tan rico para nombrar pasiones, carece de un sustantivo exacto para esa felicidad oscura y sedante que nos invade cuando, por fin, ocurre lo peor
Todos los reclusos saben que es la hora de comer, lo que no saben es que en la bandeja de hojalata del interno más célebre se refleja, deformado, el rostro del pasado esplendor no tan lejano.
Arroz blanco en uno de los huecos, en el otro un par de huevos fritos, rodajas de fiambre, quesitos en porciones y un buen trozo de pan blanco. Ábalos observa el menú incrédulo, su dialogo interno revive las noches en que los sumilleres recitaban añadas como un poema épico al ministro que brindaba con vinos más caros que el peculio mensual de todo un módulo.
Encaramado sobre la mesa de formica, ajeno a las miradas en el comedor, revive el esfuerzo doloroso de los días pasados, la zozobra constante, mucho más cruel que el golpe mismo. Pero de pronto, sucede. El barco se hunde. Y en el instante preciso, donde debería reinar el caos, aparece paradójica la calma.
Mira el vaso frente a él, y sonríe: “El agua pa los patos”, solía decir en las mañanas de resaca, engullendo ibuprofeno con cerveza. Recuerda de memoria los menús degustación de media Castellana, pero su restaurante favorito, para una primera cita, “el Horcher”, que les cogen los bolsos a las señoras y los sientan en un banquito tapizado a la mesa, como niños mimados, pero sin dar por saco.
Respira tranquilo, es la paz de la derrota con traquimazin y el alivio profundo de quien suelta la carga insostenible. Desayuno a las ocho, comer antes de las dos, la merienda a las 7, el horario inglés de Soto domestica al hombre que burló todas las leyes y los husos superpuestos, de Toronto a Abu Dabi pasando por Moscú. Empuñando una cuchara de plástico, sondea la gelatina roja. El producto menos triste ante sus ojos tiene algo de monacal y de fábrica soviética.
"Y el mismo hombre que derribó a Rajoy, anima ahora un pase al hueco en un campo que huele a lejía y tabaco"
Sale al patio a distraerse, hace frío, a pesar de la camiseta térmica, el clamor ronco de los hombres cuando el balón entra por la escuadra en la liguilla entre módulos le traslada a los aplausos recibidos en el Congreso, en pie, tras su gran homilía contra la corrupción. Y el mismo hombre que derribó a Rajoy, anima ahora un pase al hueco en un campo que huele a lejía y tabaco, rodeado de tipos que no votan presupuestos, pero sí quién saca la falta.
Hoy debería visitar el gimnasio, una ironía cruel recomendada por el psicólogo penitenciario: “le ayudará a gestionar la ansiedad”. Lo mismo decía Jessica: “Cari, ¿vienes al gimnasio?” “Este es el mejor gimnasio”, respondía él sujetándose la entrepierna. No puede negarse su culto al cuerpo, porque lo hubo, aunque más lúbrico y nocturno; jarana y combinados en madrugadas de camisa sudada, besos y humo.
En la esquina, junto a la ventana empañada, hay unas mancuernas libres y el hombre que hizo de la antinormatividad su “carpe diem” se descubre contando repeticiones como quien recita un rosario sin fe. La radio escupe baladas antiguas y anuncios de seguros, menuda mierda, piensa divertido, mirando a un lado y a otro, entre el descreimiento y el shock… Y entonces suena ¡bachata!, esa coreografía de cintura, promesa, piel pegada y letra demasiado grotesca para un ministro. Siente una alegría profunda, indescriptible, y agradecimiento, y amor al destino, donde todo lo que ocurra, incluido el sufrimiento y la pérdida, es necesario y bueno.
“Mañana empezaré un libro, mi testimonio literario”. Sobre la mesilla mínima de la celda, un cuaderno nuevo y un bolígrafo son el lujo que ha adquirido en el economato. Es un contraste interesante, para quien vivió rodeado de papeles con membrete, informes confidenciales y tarjetas de embarque caducadas. A partir de ahora, cada línea en ese cuaderno es un tesoro. No es resignación -se dice desde la litera con la manta áspera sobre el pecho- es abrazar el desastre como parte de la vida.
"Antes de dormir, las mujeres de su pasado entran en la celda sin que Instituciones Penitenciarias pueda registrarlas, invisibles"
Antes de dormir, las mujeres de su pasado entran en la celda sin que Instituciones Penitenciarias pueda registrarlas, invisibles: la azafata de los veinte viajes oficiales, la modelo del pendrive escondido en la ropa interior, la exnovia que todavía le idealiza porque no las vio tan gordas, la exmujer policía que habla de miedo en los platós mientras sus hijos preguntan por su padre. Ninguna necesita vis a vis: todas tienen pase permanente en forma de fantasía vip...
Definitivamente, es una extraña omisión de nuestro idioma. El español, tan rico para nombrar pasiones, carece de un sustantivo exacto para esa felicidad oscura y sedante que nos invade cuando, por fin, ocurre lo peor.
✕
Accede a tu cuenta para comentar



