Aunque moleste

El abismo de Macron

Su última pirueta va a ser la de aliarse y plegarse a los socialistas

Francia en sí misma siempre ha constituido un quebradero de cabeza por su elevado nivel de conflictividad, un sector público mastodóntico y una altísima tasa de endeudamiento, pero ahora el verdadero problema del país se llama Macron, personaje que atesora lo peor del sanchismo, una arrogancia enfermiza y una soberbia impropia de un dirigente democrático. Tan es así que cuenta ya con el rechazo del 79 por ciento de los franceses, según el último sondeo de Journal de Dimanche, con apenas un 15 por ciento de respaldo directo. Es habitual ver en la calle a jóvenes incendiados de odio contra el presidente francés, al que el izquierdista Mélenchon llama «monarca republicano» por su «despotismo ilustrado», y «esbirro de los Rothschild», en alusión al padrinazgo político que le dispensa esa elitista familia de banqueros que le aupó y ampara en el poder.

Pese a sus últimos y acumulados reveses electorales, Macron no escucha ni dialoga e impone todo tipo de reformas por la vía del decreto-ley, pasando por encima del Parlamento, como un Sánchez cualquiera. Sus formas altivas son lo que más critica la ciudadanía, que le reprocha que ante el dilema de «cañones o mantequilla», haya optado por lo primero anunciando un gasto de 413 mil millones de euros en 6 años dentro del mayor presupuesto militar de Francia en décadas, con un nuevo portaeronaves nuclear y misiles intercontinentales balísticos para la flota de submarinos. Macron se pavonea por Europa cual emperador empeñado en liderar la coalición militar contra Rusia, a costa de una deuda gigante que no dejó de crecer durante su mandato. Como en España, el pago de esa deuda se ha convertido en la principal partida del gasto del Estado. A mayor deuda, mayores tipos de interés. Y si hay que pagar más deuda e intereses, hay menos dinero para servicios públicos. Tan grave es el problema, que hasta se especula con un rescate del FMI. El caído Bayrou era consciente de ello y por eso planteó un plan de recortes que ha acabado con su carrera: 43.800 millones para reducir el déficit, despido de funcionarios, congelación de las pensiones, menos prestaciones sanitarias y supresión de dos días festivos.

Francia ha sido siempre, antes incluso de 1789, una nación convulsa prisionera de su pasado. Es el miembro de la UE con mayor conflictividad, y con un problema brutal de inmigración no integrada, que no ha dejado de crecer con la gobernanza del emperifollado presidente galo. La crisis de los chalecos amarillos fue violenta y prolongada, un pulso contra el Elíseo como consecuencia de la subida de los combustibles y la pérdida de poder adquisitivo de los franceses. Durante la pandemia, las mayores manifestaciones de Europa se sucedieron en Francia contra Macron, por insultar a los manifestantes.

Lo que hoy le pide la ciudadanía es que dimita y convoque elecciones presidenciales, algo que no hará porque, como Pedro Sánchez, prefiere mantenerse en el cargo aun a costa de perjudicar a su país. Su última pirueta va a ser la de aliarse con los socialistas, lo que le va a obligar a hacer lo contrario de lo que Francia necesita: 50 mil millones en impuestos, más gasto público y abolición de la reforma de las pensiones. La herencia de De Gaulle dilapidada. Francia al borde del abismo.