El canto del cuco
Aborto y política
«Todos tienen derecho a la vida», dice, en defensa de ese no nacido, la Constitución correctamente interpretada
El presidente Sánchez utiliza el aborto como arma política con el fin de dividir y, si puede, desacreditar a la derecha. No le conmueve la desazón moral que este asunto, en el que está en juego la vida humana, despierta en corazones sensibles. Si es preciso, exhibe como un éxito la lista oficial de 106.172 abortos –verdadera lista negra–, casi un tres por ciento más que el año anterior, realizados en España durante 2024, la mayoría, 83.609, en quirófanos esterilizados de clínicas privadas que se dedican a este lucrativo negocio. La «masacre», o «genocidio», ocurre en silencio, impunemente. La madre Teresa de Calcuta dijo en su discurso del premio Nobel en 1979: «El mayor destructor de la paz es el aborto porque si una madre puede matar a su propio hijo ¿qué impide que yo te mate a ti o tú a mí? No hay ninguna diferencia». Pero aquí no se trata de penalizar a la mujer abortista, que bastante desgracia tiene la pobre, sino de salvar al no nacido. «Todos tienen derecho a la vida», dice, en defensa de ese no nacido, la Constitución correctamente interpretada.
Ocurre, escribió Miguel Delibes en un artículo antológico titulado «Aborto libre y progresismo», publicado en ABC, que «el abortismo ha venido a incluirse en los postulados de la moderna progresía». El argumento central de Delibes a favor del no nacido es convincente y debería hacer reflexionar a esos progresistas de salón, interesados, según dicen, en las causas de los más débiles: «El feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio». Es imposible que a un ser humano con convicciones éticas, sin contar las creencias religiosas, no le produzca náusea moral el aborto y su utilización política. «La náusea –subraya el gran escritor castellano– se produce ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado».
La práctica libre del aborto se ha impuesto de unos años a esta parte como dogma irrebatible impuesto por progresistas y feministas. Hasta da juego el tema para distraer a la opinión pública de otros asuntos que agobian al presidente del Gobierno y para complicar la vida a la oposición. El drama del aborto se convierte obscenamente en arma política.
Vale la pena recordar aquí lo que escribió Julián Marías, discípulo privilegiado de Ortega, a finales del siglo pasado: «La aceptación social del aborto es, sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo».
¡Si Miguel Delibes y Julián Marías levantaran la cabeza!