A pesar del...

Agotada corrección fiscal

Hablando de democracia, paulatinamente los votantes fueron indicando en las urnas que no creían en el paraíso fiscal progre

La corrección política en términos de fiscalidad es doble. Por un lado, se advierte: no hay que bajar los impuestos. Por otro lado, se apunta que no hay problema con subirlos, siempre que quede muy claro que los ricos pagan proporcionalmente mucho más. Durante bastante tiempo esta pinza desactivó las propuestas más liberales. Sin embargo, es posible que el cuento se haya acabado.

Hace unos años la número dos del FMI, Gita Gopinath, declaró a El País: «No aconsejamos que España baje los impuestos a las empresas». Como es natural, el periódico le dedicó una página entera, y subrayó: «La economista cree que es necesario que los precios reflejen el alto coste de la energía y que la inflación es una gran amenaza», sin sospechar que igual latía allí alguna contradicción. Por no sospechar, nadie sospechaba que había algo raro en un FMI que Stiglitz y otras lumbreras progres calificaban de paradigma del «fundamentalismo liberal» y que no ha pedido nunca que bajen los impuestos sino al contrario, además de recomendar la equiparación de la tributación global a las grandes empresas, acabar con los paraísos fiscales y demás consignas del socialismo de todos los partidos.

No parecía haber objeciones. Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, resumió todos los tópicos y proclamó: «Bajar impuestos no es un proyecto de país». Como si él supiera cuál es el proyecto de España, nada menos.

Los consabidos expertos echaron una mano, como siempre, y aportaron un Libro Blanco fiscal que decía lo que el Gobierno quería oír, a saber, que había «margen» para subir los impuestos, con el supuestamente irrefutable argumento de que hay países europeos que crujen a sus súbditos aún más que aquí –lo que, por cierto, está lejos de ser evidente si hacen las cuentas con cuidado–. Naturalmente, eran partidarios de la tributación sobre la riqueza o patrimonio, sobre las herencias y las donaciones, etc.

Y si alguien proponía bajar impuestos para que la gente prosperase, era inmediatamente calificado de populista y enemigo de la democracia.

Sin embargo, hablando de democracia, paulatinamente los votantes fueron indicando en las urnas que no creían en el paraíso fiscal progre, que no se tragaban el anzuelo de que los ricos iban a pagar la cuenta, y que recelaban de los sermones predicados desde los medios progres. Igual los tiempos, como diría Dylan, están cambiando.