
Editorial
El aliento de España a los pueblos calcinados
Las reiteradas visitas de los Reyes se convierten en el incómodo espejo en el que se refleja un Ejecutivo que se caracteriza por los grandes trompeteos en el inicio, y el desentendimiento del poco lucido trabajo del día a día
Los Reyes comenzaron, ayer, en las provincias de Zamora y León, dos de las más afectadas por la oleada de incendios forestales de este mes de agosto, la primera de las tres jornadas en las que recorrerán los peores escenarios de la tragedia para conocer de primera mano, en contacto personal con los vecinos de los lugares quemados y con las autoridades autonómicas y locales, el alcance de los daños pero, sobre todo, se interesarán por las ayudas que van a ser precisas para recuperar en lo posible lo perdido y, también, por las medidas de prevención que a la luz de la experiencia sea necesario adoptar. Y, sin embargo, Don Felipe y Doña Letizia van a desempeñar una misión, incluso, más especial: la de llevar a quienes han sufrido la pérdida de sus casas, de sus medios de trabajo y de los paisajes que conformaron sus vidas el aliento y la solidaridad de todos los españoles, estremecidos por las imágenes de la furia del fuego y de la desolación. Es, en medio de la bronca política y de los intentos patéticos del Ejecutivo de desentenderse de cualquier responsabilidad en lo sucedido, un soplo de calma y entereza que realza el papel de la Corona en el devenir común de los ciudadanos, mucho más cercanos y abiertos a los demás de lo que puede inferirse en del bronco debate en la plaza pública. Por supuesto, no son encuentros fáciles, como nunca puede ser el acercamiento personal a las víctimas de una tragedia, pero, como hemos podido ver en la Comunidad Valenciana, son necesarios para visibilizar la magnitud del problema y mantener el foco sobre las necesidades más urgentes, esas que el rápido discurrir de la actualidad en esto tiempos líquidos de la comunicación global e instantánea hacen que pasen a segundo plano en cuanto desaparecen de las primeras páginas de los periódicos y de las aperturas de los telediarios. De ahí, que podamos entender la incomodidad del Gobierno, por cuya autoridad pasa necesariamente la agenda oficial de la Corona, no sólo ante la cercanía y cariño que conforman el telón de fondo de los encuentros de Sus Majestades con los españoles -cuando el propio presidente del Ejecutivo se ve obligado a establecer cordones de seguridad cada vez más amplios para no contender personalmente con muchos de sus gobernados- sino por el recordatorio de los deberes por hacer que supone la atención Real sobre el propio terreno. Porque desde el volcán de La Palma, muchos de cuyos perjudicados aún viven en barracones, hasta la tragedia de Valencia, a cuyas víctimas llegan con cuentagotas las ayudas del Estado, las reiteradas visitas de los Reyes se convierten en el incómodo espejo en el que se refleja un Ejecutivo que se caracteriza por los grandes trompeteos en el inicio, y el desentendimiento del poco lucido trabajo del día a día.
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