Las correcciones

Ambigüedad, disuasión y desastre estratégico

Más que aflorar diferencias hay que exhibir la fortaleza de la OTAN frente a Putin con la entrada de Suecia

La muletilla «al mismo tiempo» (en même temps) ha sido la piedra angular de la identidad política del presidente francés, Emmanuel Macron, desde sus inicios en 2016. Una idea audaz con la que quería aglutinar a todo el espectro político para construir una mayoría pragmática en una Francia de extremos (Marine Le Pen o Jean Luc Mélenchon), pero que, a menudo, ha caído en la inconsistencia. Con su inesperada declaración de que «no debe descartarse» el envío de tropas a Ucrania, Macron ha roto un tabú sin detenerse a pensar que la apertura de este debate dejaría al descubierto las divisiones dentro del seno de la OTAN y la UE, pero, también, sus propias contradicciones como dirigente.

Macron ha recorrido un pedregoso camino en su relación con Rusia desde 2017. Comenzó con su ingenuo intento de involucrar a Putin en una nueva «arquitectura de seguridad» europea en 2019, pasando por encima la anexión ilegal de Crimea cinco años antes. Digo ingenua porque con la perspectiva del tiempo ha quedado claro que la península era solo el aperitivo de la política expansionista del amo del Kremlin que diseñó durante casi una década y financió con los recursos europeos obtenidos de su venta de gas y petróleo. Incluso, tras la invasión a gran escala de Ucrania en 2022, Macron defendió que cualquier solución no podía pasar por una «humillación a Rusia» lo que provocó un enorme malestar entre los ucranianos que ya estaban dando sus vidas para defender su libertad y la de los europeos. Reflexión que estuvo acompañada de un rosario de llamadas con Putin que no sirvieron para nada.

La idea de la intervención militar se podría inscribir en la tradición francesa de cultivar la ambigüedad estratégica, dada su condición de potencia nuclear. Con el mensaje de «todos los escenarios están sobre la mesa», Macron intenta introducir un equilibrio de poder y, por tanto, de disuasión con Rusia en un momento en el que las noticias del frente no son las mejores y la asistencia de Estados Unidos a Ucrania no está asegurada. Es una forma de plantar cara a Putin. Pero el atrevimiento de haber sugerido un despliegue militar sin contar con la unanimidad de los aliados transforma su deseo de cimentar una ambigüedad estratégica en un desastre estratégico.

Las pullas de Macron a Alemania al referirse a la oferta de «cascos y sacos de dormir» que hizo Scholz al principio del conflicto o a los países que dicen «nunca, nunca tanques, nunca, nunca aviones, nunca, nunca misiles de largo alcance» fueron innecesarias porque airea las tensiones, pero también injustas porque Berlín está muy por delante de París en el envío de armamento a Kyiv. La distensión en el eje franco-alemán resulta contraproducente en la medida en la que aleja el proyecto de Macron sobre una autonomía estratégica europea respecto a EE UU. Una ensoñación hoy por hoy, como ha puesto de manifiesto la fuerte dependencia ucraniana de Washington en materia militar y, a la postre, también europea. Más que exhibir las divisiones propias de las democracias, Macron podría haber presumido de fortaleza aliada frente a Putin con el ingreso de Suecia como 32º miembro de la OTAN tras 200 años de neutralidad militar, pero, eso entra en colisión con su diagnóstico de 2019 de que la Alianza estaba en «muerte cerebral».