Cuaderno de notas
El amor antes de Pam
Añoro aquellos tiempos en los que uno temía encontrarse a otro en la cama, y no estos en los que en cualquier momento se aparece la secretaria de Estado de Igualdad diciendo que así no. Así mejor
Por los senderos más allá de los pinos tranquea la primavera con su galope de flores, de pájaros y de trigos. Los gorriones han hecho su nido delante de la casa y los verdecillos, hinchados como bolas verdes, emprenden los amaneceres con su canto que suena como freír un huevo. Por las ramas de los árboles se persiguen los jilgueros y las ministras de la coalición. Si hay dos Españas y dos maneras de hacer la tortilla, a ver por qué no van a convocar dos manifestaciones del 8M. Por si hay dudas, a mí siempre me encontrarán en la que no lleve batucada.
Acusan al PSOE de traicionar al feminismo y de instaurar el código penal de la Manada los de Podemos que a punto estuvieron de poner en la calle al Prenda. El feminismo, que tanta causa legítima defendía, se ha convertido en una caricatura excluyente e identitaria. La turra es insoportable y de ahí que vayan menos ciudadanos a las manifestaciones, distanciados quizás por el hecho de que, para el Gobierno de España, la reivindicación necesaria de la igualdad de la mujer consista en unas axilas al natural, la visualización de la regla o no sé qué otras cosas.
En el Congreso, una diputada de ERC les dijo a los diputados de la derecha: «Si quieren tener sexo con su mujer, despiértenla». A veces me pregunto qué parejas habrá tenido la gente para dar por comunes este tipo de situaciones. Otra cosa es que se estuvieran refiriendo al clásico encuentro mañanero, que no deja de ser una acto de amor entre el sueño y la vigilia. Teme uno que vayan a prohibir el «vamonós» antes del primer café o de una determinada hora.
En el Monasterio de Igualdad, también les parece mal que el 70% de las mujeres prefieran el empotramiento a la estimulación. Les parece mal, pero no sé muy bien por qué. Acaso, el sexo entre un hombre y una mujer en el que hay penetración ofenda a alguien en la manera en la que pueda entenderse como una forma ciertamente agradable de engendrar una vida y por ahí sí que no pasan. El placer deberá entenderse como un motivo en sí mismo, una estructura autoportante absolutamente dislocado de la posibilidad de crear una vida que al poco tiempo te despierta cada dos horas, te pinta las paredes con los rotuladores, le da de comer magdalenas al VHS y, en definitiva, aliena al progenitor gestante y al otro, también.
Ando preguntándome últimamente cómo la izquierda desiste de meterse en las cosas de lo público, de natural tan complejas, aburridas y con tan poca solución, para adentrarse en el ámbito privado del ciudadano mediante el ejercicio de sus nuevas políticas sacerdotales. Recuerdo un día en que, siendo yo niño, apareció uno del censo preguntando quién vivía en nuestra casa y mi padre le cerró la puerta en las narices con un seco: «Y a usted qué le importa». Poco a poco fuimos aceptando que el Gobierno se metiera en nuestras lecturas, en nuestras canciones, en las cosas que comemos y ahora, en las camas en las que nos preguntaremos un buen día cómo era el amor antes de que Pam nos enseñara a yacer, pues se ve que no sabíamos. Añoro aquellos tiempos en los que uno temía encontrarse a otro en la cama, y no estos en los que en cualquier momento se aparece la secretaria de Estado de Igualdad diciendo que así no. Así mejor.
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