
Los puntos sobre las íes
Del antisemitismo al neonazismo hay un paso
En el fondo de toda esta campaña subyace ese antisemitismo atávico que creíamos superado tras un Holocausto que se cobró la vida de 6 millones de judíos
Si yo que mido 1,80 metros escasos voy por la calle y, sin mediar palabra ni provocación, le propino un puñetazo a una mala bestia de dos metros y 120 kilos, lo normal es que se revuelva contra mí y me lo devuelva multiplicado por veintitrés. Y no cabe descartar que me envíe al otro barrio sin hacer escalas. Eso es metafóricamente lo que está sucediendo entre Israel y los terroristas de Hamás. Si invades un país, asesinas a 1.200 de sus nacionales, entre ellos 33 niños, violas a cientos de mujeres y secuestras a otras 251 personas, no puedes esperar que te respondan regalándote una rama de olivo o tarareándote «give peace a chance! [demos una oportunidad a la paz]». Máxime si tu víctima posee uno de los más modernos ejércitos del mundo, además del servicio de inteligencia número 1. El hacha de guerra no la desenterró el Estado de Israel sino los sanguinarios criminales de Hamás, cuestión que el wokismo internacional olvida con frecuencia. Tanto va a misa esta aseveración como que el Gobierno de Benjamín Netanyahu debería parar, por humanitarias razones obvias y por la imagen de su país, la campaña en Gaza. Claro que a nadie se le oculta que la máquina de guerra israelí daría media vuelta si los terroristas proiraníes que mandan con puño de hierro en Palestina liberasen a los 48 rehenes aún en su poder. Es menester clarificar las cosas para no caer en el agit-prop de una izquierda nacional e internacional que condenó con la boca chica ese Pearl Harbor judío que fue el 7 de octubre de 2023. A casi todos ellos les mola mucho más la teocracia homófoba y feminicida iraní que financió a Podemos que la única democracia de Oriente Medio. La izquierda mundial en general y la española en particular se han levantado en armas contra Israel sobre la base de unas imágenes de destrucción y hambruna que en algunos casos son verdaderas y en otros ominosamente falsas. Más allá de algunas salvajadas que indudablemente está perpetrando el Ejército hebreo, una cosa está clara: el wokismo planetario odia a los judíos. Estos días lo estamos comprobando nítidamente, más allá de toda duda razonable, con los ataques a un equipo que compite en la Vuelta Ciclista a España con inequívoco nombre en sus maillots: Israel-Tech Pro. Los asaltos a la carrera, poniendo en riesgo la vida de todos los ciclistas, son ya el pan nuestro de cada día. No ha ocurrido una desgracia porque Dios, Alá, Yahvé o como quieran llamarlo no ha querido. Por cierto: este terrorismo de baja intensidad es made in Spain. Nada ni siquiera remotamente parecido aconteció en el Giro de Italia ni en el Tour de Francia. Curioso. En el País Vasco lo ha promovido ese mundo etarra al que sus colegas palestinos de Al Fatah enseñaron a poner bombas y manejar armas. Consecuencia: 856 españoles asesinados. En el fondo de toda esta campaña subyace ese antisemitismo atávico que creíamos superado tras un Holocausto que se cobró la vida de 6 millones de judíos. Pero cuidado con estas violentas licencias. El exterminio nazi no se gestó de la noche a la mañana: fue un proceso gradual. Primero se quitó la nacionalidad a los integrantes del pueblo de David con las Leyes de Nuremberg (1935), luego llegó la Noche de los Cristales Rotos (1938) y cuatro años más tarde se gestó la Solución Final en la Conferencia de Wannsee. Conviene no olvidar los más terroríficos pasajes de nuestra historia para evitar repetirlos. Aunque me temo que esto no ha hecho más que comenzar.
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