A pesar del...

El ausente en «The Sticky»

La serie es muy entretenida aunque también sea, como apuntó Aramide Tinubu en Variety, «completamente absurda»

El llamado gran golpe del sirope canadiense, que tuvo lugar durante unos meses entre 2011 y 2012, consistió en el robo de unas 3.000 toneladas de sirope de arce de un depósito estatal en Quebec, una especie de reserva estratégica de este producto, muy apreciado en el país, y especialmente por los quebequeses. Los ladrones fueron finalmente detenidos y juzgados, y los cabecillas pasaron varios años en prisión y debieron pagar onerosas multas por un atraco cuyo valor se cifró en unos 18 millones de dólares canadienses.

La serie The Sticky recrea esta historia, contada también en uno de los capítulos del documental Dirty Money. Robert Lloyd señaló en Los Angeles Times que la serie insiste en que no es una reproducción fiel de los hechos, y que para entender lo que pasó hay que ver el documental. En realidad, ninguno de las dos presta especial atención al gran ausente y gran responsable del marco institucional en el que se desarrolló el robo: el intervencionismo público.

En efecto, sin esto no se entiende bien lo sucedido. La alianza entre el poder político y un poderoso lobby empresarial de productores de sirope de Quebec subyace en las cosas extrañas que vemos y cuyas razones nadie termina de explicar, como que las autoridades establecen quién tiene permiso para extraer el producto de los árboles de su propia tierra, fijan su precio y ordenan la reserva del sirope y su suministro posterior.

Como era de esperar, esto fomenta la corrupción política y empresarial, que es la que desencadena el hostigamiento de Ruth Landry, magníficamente interpretada por Margo Martindale, que planea con unos secuaces el robo, cuya clave es la posibilidad de vender el sirope hurtado en el mercado negro –otra consecuencia típica del control público de ofertas y precios.

Estos condicionantes generados por la política y la legislación no son subrayados en la serie, como tampoco lo fueron en Dirty Money, con lo cual el espectador se lleva la impresión de que todo es fruto de la pura codicia o la maldad de algunos empresarios, pasando por alto el intervencionismo público que en este caso, como en tantos otros, es, si no la madre, al menos el padre del cordero.

La serie es muy entretenida aunque también sea, como apuntó Aramide Tinubu en Variety, «completamente absurda».