Eleuteria

Banca y energéticas

Es la receta peronista de la que Argentina está tratando de escapar y que este gobierno está aplicando de lleno

Los impuestos a la banca y a las energéticas se nos anunciaron como impuestos temporales durante los ejercicios 2022 y 2023 para contrarrestar las ganancias extraordinarias que estas compañías previsiblemente iban a obtener en un contexto de crecientes precios de la energía y de tipos de interés al alza.

Pero ayer Pedro Sánchez proclamó que tales tributos se consolidarán como permanentes: es decir, que pese a haber desaparecido el motivo que justificó su aprobación estos impuestos seguirán indefinidamente en vigor.

Ya decía Milton Friedman, y con razón, que nada hay más permanente que una medida política temporal. Y, por desgracia, los efectos negativos de esas subidas impositivas tampoco serán temporales.

Si gravamos los ingresos de bancos y energéticas (es decir, si reducimos los beneficios después de impuestos de bancos y energéticas), éstos tenderán a reaccionar de diversas formas: o bien encareciendo el precio de sus servicios para los clientes o bien reduciendo sus inversiones en España (tal como, por ejemplo, ya ha amenazado Repsol con hacer).

En el primer caso, serían las familias y el resto de empresas las que soportarían la totalidad (o al menos una parte) de este impuesto convertido en permanente: en el caso de los bancos, esto significa mayores tipos de interés para quienes piden prestado y menores tipos de interés para los que prestan; en el caso de las energéticas, electricidad, gas y combustible más caros.

En el segundo caso, serían los proveedores de las inversiones que alternativamente habrían ejecutado estas empresas los que saldrían perjudicados: si reducen sus inversiones, habrá por ejemplo menos demanda de trabajadores especializados, de modo que su empleo o sus salarios serán menores de lo que, sin esos impuestos, habrían sido.

En definitiva, estamos ante una subida impositiva permanente que, como todos los impuestos, sólo contribuirán a reducir la actividad económica y, por tanto, a volvernos más pobres. Eso sí, a cambio de esa pauperizadora rapiña fiscal, el gobierno nos reparte algunos aguinaldos en forma de subsidios generalizados para ir clientelizando y volviendo más irresponsable a la sociedad. La receta peronista de la que Argentina está tratando de escapar y que este gobierno está aplicando de lleno.