Quisicosas

Al Bano, agricultor

Somos lo que fuimos en la infancia, así que Albano recordó que, a lo largo del siglo XX, había conocido personalmente a tres de los mayores santos de la Historia: Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y el Padre Pío. Y se puso a rezar con éxito

Me ha explicado la rebelión de los agricultores contra la Unión Europea el cantante Al Bano. Fue cosa de Adriano Celentano partir en dos sílabas el «Albano» con que lo bautizó su padre, en memoria de los albaneses con los que combatió en la Segunda Guerra Mundial. La cuestión es que Al Bano o Albano está de gira por España y haciendo caja, e invierte cuanto gana en las cepas de sus vinos en Apulia (el tacón de la bota italiana). «La UE nos está asfixiando», certifica indignado. Más que libros, las personas son bibliotecas, de volúmenes tan diferentes como la música o la agricultura. Albano ha regresado, a sus 80 años, al paraíso rural que abandonó horrorizado a los 17 años. La vida es precisa para entender la verdadera naturaleza de las cosas.

Hay temperamentos indómitos y dispersos y los hay centrados. Jamás ha perdido la toma de tierra, ni siquiera cuando «Nel Sole» lo lanzó a una fama sideral, de modo que el dinero le entraba a raudales y las fans querían un hijo suyo y se convirtió en uno de los astros del cielo habitado por Celentano y Domenico Modugno, esas voces arrastradas que nos hicieron creer que el italiano era la forma instintiva de hacer el amor. Tampoco cuando Romina Power salió en minifalda de un coche americano, delante de sus narices, perdió el cantante la mesura. Le gustaron la melena de noche y sus ínfulas yanquis setenteras, pero tardó meses en enamorarse. En los escenarios, en cambio, eran la encarnación misma del romanticismo. Cuando su hija Ylenia desapareció en el Missisipi de Nueva Orleans, lo que se ahogó no fue sólo la vida de aquella niña, sino el matrimonio, incapaz de amarse en el luto que Romina se empeñó en negar. Somos lo que fuimos en la infancia, así que Albano recordó que, a lo largo del siglo XX, había conocido personalmente a tres de los mayores santos de la Historia: Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y el Padre Pío. Y se puso a rezar con éxito.

Desde entonces, ha tenido tiempo de casarse y tener hijos y separarse una segunda vez y ahora deja las tardes correr sobre las deslumbrantes puestas de sol de Apulia, con una copa de vino entre los dedos. Recuerdo, en esta calma, el susto de su padre cuando intentó acomodarlo en Milán: «Salió espantado, quejándose de un sitio donde la gente no se saludaba por las calles». Al Bano está tranquilo y agradecido, recordando a ese santo taumaturgo que vivía en una aldea contigua y le causó de niño una vivísima impresión. «Olía maravillosamente, conservo dos olores en la memoria, los estigmas del Padre Pío de Pietralcina y el chocolate americano que nuestro padre trajo de la guerra».