A pesar del...

Banquero central, dulce compañía

Sólo cambia el énfasis del angelical aleteo de unos Estados que nos obligan a usar una moneda que ellos mismos deprecian

No me desampares ni de noche ni de día. Volvamos a Chesterton: cuando los hombres dejan de creer en Dios, pueden creer cualquier cosa. Por ejemplo, que los bancos centrales son los nuevos ángeles guardianes.

Vi hace algunas semanas un artículo y un editorial en El País que ilustran este aspecto particularmente ridículo del estatismo. Aquí el titular en páginas de información: «De frenar la inflación a evitar la recesión: la política monetaria cambia de signo». En ningún caso se le ocurrió al periódico preguntarse si la inflación que van a «frenar» los banqueros centrales es la que esos mismos banqueros centrales han creado. Y esto tiene lugar en España, donde se sabe que la inflación es un fenómeno monetario al menos desde la Escuela de Salamanca y el Comentario resolutorio de cambios, que Martín de Azpilcueta publicó en 1556.

Pues, no, para los supuestos progresistas resulta que la inflación es culpa del «estrangulamiento de la oferta por los atascos en la cadena de suministro y la guerra de Ucrania». En el editorial añaden otros sospechosos habituales y hablan del «repunte inflacionista provocado por la pandemia y la crisis energética». Lo repitió el viernes pasado.

Todo en medio del entusiasmo por la reunión anual de Jackson Hole, donde los banqueros centrales se dejan fotografiar con el fondo de paisajes bucólicos y montañosos, mientras los editorialistas maîtres à penser se ponen aún más estupendos y reflexionan: «El tiempo dirá si los bancos centrales logran evitar una recesión o si llegan tarde».

Naturalmente, no dedican ni un segundo a concebir la mera posibilidad que esos idolatrados angelitos sean los responsable de acentuar las fluctuaciones del ciclo económico. Nada de eso, nos vigilan y nos cuidan, aunque su amor puede cambiar, como ahora, cuando «el énfasis vuelve a estar en el crecimiento y no en el control de los precios». Sólo cambia el énfasis del angelical aleteo de unos Estados que nos obligan a usar una moneda que ellos mismos deprecian.

Pero la corrección política solo está preocupada de que la economía logre el famoso «aterrizaje suave o corra el riesgo definitivo de entrar en recesión». En el primer caso, el pretendido piloto será jaleado. En el segundo, exculpado, porque ese «riesgo» no era moral, es decir, no era provocado por él mismo.