El Estado del Mundo

Los esqueletos andantes de África

La Razón
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A 38 grados Celsius, Faadumi Crahmaal regaña sin cesar a su hijo menor. Recostado sobre un cuenco donde yacen adormecidas más moscas que granos de arroz, Muktar Ereg Hassan Maidhane repite ensimismado su nombre y todos los apellidos que puede recordar a sus tres años.

Muktar sabe que cuantos más nombres declame más fácil será volver a casa si algún día se pierde. Su madre se lo ha dicho más de mil veces. "Diez no son suficientes, Muktar. Debes recordar al menos veinte para sobrevivir".

Su memoria es el único documento capaz de identificarlo, pero Muktar se traba al llegar a Darieh, el nombre de su abuelo. El sonido de un bofetón silencia por fin al pequeño. "Calla. Deja eso ahora y come. Puede que sea la última vez", dice Faadumi mientras mastica algo de khat para engañar el hambre.

Muktar espanta la reunión de moscas y agarra un pequeño puñado de comida con sus manos sucias. Su madre, casi en trance por efecto de la hierba, tiene la vista perdida en el pasado, quizá en el mar de Berbera que la vio nacer. Mañana, todos ellos emprenderán el éxodo hacia Kenia para escapar de la peor sequía de los últimos años que asola el inhóspito Cuerno de África.

Faadumi no sabe que al otro lado de la frontera la comida también comienza a escasear y que los trabajadores de Naciones Unidas no dan abasto para salvar a los miles de refugiados que desbordan los campamentos. Ni ella, ni mucho menos Muktar, sospechan la impotencia que el Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU, Antonio Guterres, acaba de transmitir a los medios de comunicación de todo el mundo desde Ginebra (Suiza).

Rodeado de cámaras y grabadoras digitales, Guterres carraspea en busca del tono de voz apropiado. Tiene que resultar dramático pero no impostado, así que vuelve a carraspear para vencer la indiferencia de unos periodistas acostumbrados a casi todo.

Está agotado del pesado viaje de vuelta desde el sureste de Etiopía, pero hace un último esfuerzo. "He visto con mis propios ojos el profundo sufrimiento del pueblo somalí que busca seguridad y alimentos. Niños refugiados que mueren y sus madres, que se han convertido en esqueletos andantes y están ante la disyuntiva de a qué hijo salvar".

Su estrategia resulta convincente y los periodistas comienzan tímidamente a desperezarse. "El flujo aumenta sin parar -prosigue- y las tasas de malnutrición de los que están llegando se encuentra entre las más altas desde hace décadas". Guterres sabe perfectamente que debe aprovechar bien su tiempo si pretende que los diarios y televisiones del mundo dediquen al menos un breve a otra hambruna en África.

Media hora después, Jamie Dubois ojea el dossier que Guterres le ha entregado en busca de algunos datos que den aún más dramatismo al asunto. Anota tres: 1). "Una cuarta parte de la población de Somalia, que cuenta con 7,5 millones de habitantes, está desplazada o vive fuera del país en condición de refugiada. 2). Sólo en la primera mitad de este año, 135.000 somalíes abandonaron su país por la sequía y también por el conflicto armado. 3). Más de 12 millones de personas en Somalia, Kenia y Etiopía se encuentran en riesgo de padecer hambruna debido a la falta de precipitaciones, que han alcanzado sus niveles más bajos de los últimos 60 años"..

Tras mucho pelear con el redactor jefe de su diario, Jamie logra "vender"el asunto. "¿Otra hambruna en Somalia? Joder, más te vale que vaya en serio y que no pase nada esta noche. Tienes una columna".

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