
Las correcciones
La cabeza de la serpiente de Hamás
Casos como el de Bin Laden demuestran que los grupos terroristas sobreviven a sus líderes, pero son menos letales
Ismail Haniyeh, el jefe del Gobierno de Hamás en el exilio, acudió este martes a la toma de posesión del nuevo presidente iraní, Masud Pezeshkian, en Teherán. En la inauguración de Pezeshkian estuvo el «Eje de la Resistencia» como se conoce a las milicias chiíes patrocinadas por Irán en Oriente Medio: Hamás, en Gaza; Hizbulá, en Líbano, y los Hutíes, en Yemen. Durante la ceremonia los asistentes corearon el grito de «Muerte a Israel». Al terminar, un radiante Haniyeh, rodeado de parlamentarios iraníes, hizo el signo de la victoria. No volvió a ver otro amanecer.
Israel había prometido matar a Haniyeh y a los demás dirigentes de Hamás –el líder de Gaza, Yahya Sinwar y el de las Brigadas de Al Qasam, Mohamed Deif– después de que el grupo llevara a cabo el salvaje ataque del 7 de octubre contra el sur de Israel en el que murieron más de 1.100 personas, en la mayor pérdida de vidas judías en un solo día desde el fin del Holocausto. Ya solo queda Sinwar.
El asesinato selectivo del jefe del Gobierno de Hamás en el exilio en Teherán no deja de ser un hecho ilustrativo de la implicación de Irán en los conflictos de la región. Igual que la muerte de Deif durante un bombardeo en Jan Yunis el pasado 13 de julio confirma cómo los líderes de Hamás utilizan a la población civil como escudos humanos. Haniyeh llegó al poder en 2017 tras la expulsión de Al Fatah de la Franja de Gaza, pero estuvo solo hasta 2019 cuando se exilió en Doha, Qatar. Este emirato acogió a la organización política de Hamás y ejerce desde entonces como mediador. Israel no podía matarlo allí. En Irán, sin embargo, Israel ha llevado a cabo numerosas operaciones clandestinas contra científicos involucrados en el programa nuclear.
El asesinato de Haniyeh supone una humillación para Irán por el hecho en sí mismo y por el momento en el que se produce tras la desaparición del anterior presidente Ebrahim Raisi, en un fatídico accidente de helicóptero. Israel e Irán, que llevan décadas de conflicto indirecto, estuvieron a punto de entrar en una guerra abierta en abril después de que Teherán matara a su principal comandante en Siria. La República Islámica disparó 300 drones y misiles de crucero contra Israel que fueron interceptados en su mayoría por la Cúpula de Hierro, y éste respondió con un bombardeo contra un aeropuerto militar en una teatralizada y calculada demostración de fuerza.
La consecuencia más inmediata de la muerte de Haniyeh y Deif será la suspensión de las conversaciones para alcanzar un alto el fuego en Gaza. Es difícil que Irán quiera desencadenar una guerra contra Tel Aviv, pero también es cierto que los conflictos prenden por errores de cálculo. La falta de apetito de Israel e Irán por entrar en un enfrentamiento directo de consecuencias desconocidas evitó la catástrofe en primavera. Esta vez podría ser diferente. Israel prometió aniquilar a Hamás tras el 7-O. Nueve meses después se ha cobrado dos piezas de caza mayor. La muerte a manos de Israel es un destino que los líderes de Hamás dan por descontado. Que eso suponga el fin de la ideología es otra cuestión, pero nadie puede negar que el fallecimiento de Bin Laden para Al Qaeda o del califa Al Baghdadi para el Estado Islámico supuso cortar la cabeza a la serpiente. Las organizaciones sobreviven a sus líderes, pero su veneno es menos letal.
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