El buen salvaje
La caída del Imperio romano o por qué Trump tiene razón
Europa se suicida con el beneplácito de sus ciudadanos. Creen que el bienestar con el que han nacido será eterno
Europa camina hacia el desastre desde hace años. La boca del lobo está abierta, con los colmillos ávidos de sangre de cochinillo o de cordero (¡lo que cotiza el silencio!), y ahí estamos, de guarnición de los nuevos amos del mundo, a los que consideramos bárbaros, como una vieja marquesa vería a un amante mal calzado por la parte de los pies. No hay nada peor para una vieja rica que toparse con un zapato de falsa piel. ¡Mon dieu! Nos creemos, pues, el centro del mundo, del arte, de la elegancia, pero, sin embargo, vamos en pelotas. Andersen lo explicó en «El traje nuevo del emperador» cuando Europa todavía inventaba el mundo. Trump nos lo ha espetado a la cara y sin miramientos: estamos abocados al fracaso y a la decadencia. El hombre naranja goza de mala fama, se le ha ridiculizado tanto que parece que todo lo que escupe es un viento fétido. No es así. «Ver lo que tienes delante de las narices, exige una lucha constante», escribió Orwell, quizá por eso, por la flojera que caracteriza a la mayoría de los políticos europeos, no se hace caso a todas las voces que, desde la misma Europa, pronostican el mismo futuro que avisa Trump, convertido de repente en un fino vidente politólogo.
Un Estado con la fuerza persuasiva de un gran Houdini nos ha hecho creer que la Agenda 2030, el coste de la «lucha» por el cambio climático, la regulación paranoica, un plan migratorio buenista y el gobierno de las «charos» (mientras en Moncloa se bajaban la bragueta para simular una felación) eran nuestra salvación, si bien, en realidad, nos están ahogando en nuestros propios excrementos perfumados. La derecha europea, no digamos la española, para rematar el desastre, no dispone de un plan urgente para desandar la vereda hacia el infierno. La izquierda es una enfermera letal pero la derecha, por miedo a perder a la calle anestesiada, no plantea un cambio de rumbo que otee un horizonte de esperanza.
Europa se suicida con el beneplácito de sus ciudadanos. Creen que el bienestar con el que han nacido será eterno. Estamos engañando a una generación con buenas palabras mientras se acuna en casa de sus padres, escuchando el eco de Pedro Sánchez y de Yolanda Díaz. Todo se reduce a sentirse orgullosos de no participar en Eurovisión, como si hubiéramos batallado en primera línea de fuego en Gaza. Ridículos. Donald Trump, ese ser, tiene razón, estamos ante la caída del imperio romano, época de chulos y prostitutas, de relativismo moral y económico. Todo por ser más amarillos, tísicos, que naranjas.