Cuaderno de notas

Carta de Tamames a Nerón

Solo por ese momento la moción valió la pena, pues entendimos que esta nación funcionaría mejor si Sánchez, no pudiendo ser mejor presidente, al menos fuera más breve

La moción de censura tuvo un después extraño y a contraluz de esta primavera que está naciendo y una desorientación a dos aguas entre la realidad y la película, esa sensación que se le queda a uno cuando sale del cine. Españita quedaba algo mustia, punto desesperada, como si en Madrid en lugar de marzo fuera septiembre, que es el mes en el que uno se pregunta el porqué de las cosas. Me acordé de Pepe Luis Vargas cuando le dieron tal cornada en el muslo en Sevilla y yéndosele la vida por el agujero y en brazos de sus compañeros, sintiendo que se acababa su vida y que veía el cielo del Arenal por última vez, dijo lacónicamente: «To pa ná». Igual lo que nos pasa es que andamos aún con el stendhalazo de ver a Tamames decirle a Sánchez que es un pesado, pues esta es una realidad contrastable en la que pueden tomar refugio las dos Españas, las alegres chicas de Vox del Congreso, Yolanda la ministra timpanillo y las diecisiete naciones de la conga de Miquel Iceta.

Tamames, que de quedarse en la moción se hubiera quedado a gusto, calló a Sánchez en una maniobra imposible pues levantó la mano y entonces, el personal creyó que le estaba dando un jama. Solo así, con el Hemiciclo buscándole el blíster de cafinitrina en los bolsillos de la chaqueta, en esa zozobra casi de sonido de ambulancia, podía concebirse que Sánchez guardara silencio por un instante, quizás por el único instante de su vida en silencio, y ahí aprovechó don Ramón para quejarse de que le había venido ese hombre «con un tocho de veinte folios».

Sánchez le había hablado de economía a Tamames porque Sánchez a Satán le habla de pactos y Yolanda, de blanco y oro vestida de emperadora, le citó a diez o doce poetas. Con un hilo de voz antiguo y débil como una guita, el tocho de Tamames se hizo comprensible con sus veinte folios que en realidad, terminaron siendo cuarenta en la clásica letanía sanchista en la que Sánchez saca más pecho que un vigilante de discoteca. Pero ahí quedó registrado en el diario de sesiones el más acertado de todos los reproches que le hizo aquel día: extenderse demasiado. Solo por ese momento la moción valió la pena, pues entendimos que esta nación funcionaría mejor si Sánchez, no pudiendo ser mejor presidente, al menos fuera más breve.

Yo me quedo con Tamames inmolado y quejándose de que él había venido a hablar y se iba a ir hablado. Me recordaba mucho Don Ramón aquella escena de Quo Vadis en la que Petronio, al que apodaban árbitro de la elegancia, se quitaba la vida con una dosis de veneno y con sus últimas fuerzas le dictaba una carta para el malvado Nerón, que decía así:

«A Nerón, emperador de Roma, divino pontífice, amo del mundo. Sé que mi muerte va a ser una sorpresa para ti dado que querías prestarme ese servicio tú mismo. Puedo perdonarte por haber asesinado a tu madre y a tu esposa. Por haber incendiado nuestra amada Roma. Por haber esparcido por todo el imperio el hedor de tus crímenes, pero hay una cosa que no puedo perdonar, Nerón, y es el aburrimiento de haber escuchado tus versos. Nerón, mutila a tus súbditos si te place, pero con mi último aliento te pido que dejes de mutilar las artes. Embrutece al pueblo, pero no lo aburras igual que aburriste hasta la muerte a tu amigo el extinto Cayo Petronio».