
Eleuteria
La censura salió mal
El Congreso, blindado. Los políticos, menos fiscalizables. Y los periodistas, más atados que nunca
El Congreso de los Diputados ha consumado lo que durante meses se venía fraguando: la aprobación de un nuevo reglamento de prensa destinado, en teoría, a «ordenar» el trabajo periodístico en la Cámara, pero que, en la práctica, se traduce en un recorte drástico de la libertad informativa.
Lo paradójico es que esta deriva censora no la impulsaron solo los políticos –que siempre sueñan con periodistas dóciles–, sino también buena parte de los propios periodistas, encantados con la idea de expulsar a colegas incómodos, con Vito Quiles como rostro más visible.
El cálculo era sencillo: sacrificar un poco de libertad a cambio de librarse de voces molestas. Pero el tiro les ha salido por la culata. El nuevo reglamento, aprobado con entusiasmo transversal de las gradas de izquierdas, ha terminado restringiendo el trabajo de todos, incluidos los que jaleaban la reforma.
Hoy, ningún periodista de un medio con menos de diez trabajadores puede acreditarse, una labor que corresponderá a la Dirección de Comunicación del Congreso. Se veta así el acceso a pequeños digitales, a youtubers y a proyectos emergentes, mientras que Vito Quiles, por pertenecer a un medio con plantilla suficiente, mantiene intacto su pase.
No se trata solo de quién puede entrar, sino de cómo trabajar. Desde ahora, las grabaciones quedan limitadas a zonas «habilitadas» y solo por operadores autorizados. Nada de grabar con el móvil en los pasillos, nada de preguntas improvisadas a un diputado si este no ha dado su consentimiento previo. Ni una imagen en cafetería, ni un seguimiento espontáneo. Tampoco se podrá acceder a los garajes o a los despachos sin autorización previa.
El Congreso, blindado. Los políticos, menos fiscalizables. Y los periodistas, más atados que nunca.
Al final, el debate es de fondo. ¿Quién define qué es un periodista? ¿El Congreso? ¿Los partidos? Si hoy se legitima que el poder político decida qué voces pueden informar, mañana cualquier mayoría –de izquierdas, de derechas o de lo que venga– tendrá el camino despejado para purgar a quienes le incomoden. La libertad de prensa no se defiende por simpatía ideológica; se defiende porque es la única garantía de que el poder, todo el poder, siga siendo vigilado.
Algunos han aprendido tarde la lección. Otros, quizá, ni siquiera la aprenderán cuando comprueben que lo que legitimaron para callar a unos se convierte en el instrumento perfecto para silenciarlos a todos.
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