
A pesar del...
Chaplin, oro e industria
«Nunca rendirse, mirar al mundo con inocencia desafiante y esperanzada, incluso en los malos tiempos: ese y no otro es el evangelio chapliniano de siempre y para siempre»
Charles Chaplin declaró que la película por la que le gustaría ser recordado era La quimera del oro, de 1925 –el primer largometraje de Chaplin, después de El chico, que fue un gran éxito mundial. Cuenta la historia del hombrecillo vagabundo que llega a Alaska en plena fiebre del oro de finales del siglo XIX y corre toda suerte de aventuras y desventuras físicas, económicas y sentimentales.
Todo termina bien, sin embargo, y los mensajes son claros en el sentido de premiar el esfuerzo, la honradez y el amor. En absoluto es malo el anhelo de «mejorar la propia condición», como decía Adam Smith, y empeñar en la empresa todos nuestros recursos, afrontando numerosos riesgos, entre ellos que el malvado Black Larsen te asesine. Pero los buenos, Big Jim y Charlot, salen adelante, y Larsen no. El amor de Charlot, la caprichosa Gloria, reconoce al final los méritos del humilde hombrecillo que termina acumulando una fortuna. En la vida real, por cierto, la acumuló Chaplin gracias a esta película, que reportó un beneficio de un millón de dólares para la United Artists, y de dos millones para él.
La última vez que apareció Charlot en la pantalla fue en Tiempos modernos, de 1936, presentada en los títulos como «una historia sobre la industria, sobre la empresa individual, la cruzada humana en busca de la felicidad».
La imagen de la industria es equívoca, y ha sido asimilada a la alienación marxista por la mecanización, que ignora que la tecnología iba a crear empleo y a superar la demencia de las cadenas de montaje y la tecnología. Quedan imágenes tremendas del paro, la pobreza, las huelgas y los conflictos sociales, con toques de humor, como la cárcel/hogar o la bandera roja que blande Charlot y que lo convierte en cabecera de una manifestación. Pero la clave es lo que anuncia la película al comienzo: la jeffersoniana pursuit of happiness de Charlot y la pilluela (Paulette Goddard).
Cuando parece que todo se arregla, cuando ambos triunfan en el restaurante, todo se estropea. Logran escapar los héroes, pero la muchacha quiere dejar la lucha. Charlot la convence de seguir adelante, on the road, como dice Eduardo Torres-Dulce: «nunca rendirse, mirar al mundo con inocencia desafiante y esperanzada, incluso en los malos tiempos: ese y no otro es el evangelio chapliniano de siempre y para siempre».
✕
Accede a tu cuenta para comentar