Letras líquidas
«Cohabitación» a la española
Puede afirmarse que ya somos expertos en manejar la desarmonía entre poderes
Podría considerarse a Macron un político-tendencia del siglo XXI. Marcando el paso en actualizarse a los tiempos, se convirtió en precursor del fin de la estructura tradicional de partidos en una Europa que se tambaleaba y buscaba salidas al profundo malestar social que desató la Gran Recesión. Una o varias generaciones desencantadas apostaron por otras opciones en forma de plataformas, movimientos cívicos o espacios personalistas, como su «Renaissance», y ahora, varios años después, inmersas en otros malestares, irritaciones, enfados o quién sabe qué, aúpan en las urnas a Le Pen amenazando el consenso del cordón sanitario que el Hexágono ha lucido como ADN durante décadas. Una verdadera crisis existencial, un desplazamiento de valores republicanos aún por calibrar y unos comicios inesperados configuran las perspectivas de una nueva Francia que se irá descubriendo en unas semanas.
Antes, sabremos si hay «cohabitación». Ese complejo periodo institucional en el que el jefe de la República se ve obligado a gobernar junto a un primer ministro y a una mayoría absoluta de sentido ideológico alejado o directamente opuesto en la Asamblea Nacional. Tres veces se han enfrentado los franceses a esta colisión de principios, con Chirac como gran experto. Conocidas son, por tanto, las complejidades y las limitaciones de esa distancia forzada a convivir: Macron, por ejemplo, ya no tendría la posibilidad de elegir a su gobierno, excepto las áreas de Defensa y Exteriores. Y, aunque la organización política es muy distinta en España, resulta inevitable constatar el paralelismo práctico entre eso hacia lo que se encamina Francia y la tensa relación que existe entre Moncloa y las Cortes. No solo porque el PP esté en mayoría absoluta en el Senado, que responde a una aritmética evidente, sino por el fraccionado reparto de escaños en el Congreso. El PSOE ha experimentado en los últimos diez meses la más absoluta soledad parlamentaria.
Sin producción legislativa, al margen de la Ley de Amnistía (piedra fundacional de la legislatura), y con exhibiciones de rechazo a leyes, incluida alguna retirada a tiempo para evitar más fracasos, la parálisis y el bloqueo se mantienen con unos socios de gobierno en crisis (¿aún existe Sumar?) y otros, los de la legislatura, ocupados en sus propias batallas. Con estas credenciales puede afirmarse que ya somos expertos en manejar la desarmonía entre poderes. A ver si ahora, después de años de predicamento francés, la política patria va a ejercer de «influencer» europea en desequilibrios y exportar la «cohabitación» a la española.
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