Restringido

24 de marzo

La Razón
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Hoy le dolerá a Villar la bofetada que atizó a Cruyff el 24 de marzo de 1974. Sí, ¡un 24 de marzo! La casualidad. Nunca se ha sentido orgulloso de aquella reacción, que además le costó una multa de 200.000 pesetas del Athletic y la correspondiente sanción. Ocurrió en el campo de batalla; ahí queda, briznas de la hierba al mar.

En el césped, Cruyff jugaba como sólo saben hacerlo los elegidos, cuatro o cinco como él en la Historia del fútbol. Drible, desborde, carrera y tiro. Sus regates, centellas; su visión de la jugada, un don; su velocidad, otra virtud añadida, y su remate en cualquier posición, un gol o un ¡uy! Todo ello dispensado con esa elegancia que embelesaba a sus fieles y asombraba a los aficionados del equipo contrario.

Durante todo el partido, además de sembrar el pánico en la zaga contraria, incordiaba, sacaba de banda, protestaba a los árbitros y hasta se atrevía a decirles cómo tenían que dirigir. Era total, como el fútbol que practicó, como el que trasladó de la escuela holandesa a La Masía y luego perfeccionó. Dejó impronta como jugador y un sello, su identidad, como entrenador azulgrana. Un dato, antes de que Johan ocupara ese banquillo, el Barça había ganado diez Ligas; a partir de él, 13.

A ese fútbol absoluto que interpretó como nadie, añadió su personalidad, un carácter. Total, total. Un ser único, un tipo singular que en el trayecto desde la mortalidad hasta el mito dejó frases tan humanas como ésta: «En mi vida he tenido dos grandes vicios: fumar y jugar al fútbol. El fútbol me lo ha dado todo en la vida y, en cambio, fumar casi me lo quita». Tal vez sí. Entrena en paz.