César Vidal

35 años (I)

Esta es la semana de la Constitución y resulta obligado reflexionar sobre ella precisamente cuando se ve sometida a un asedio implacable. Más allá de tópicos e historias oficiales, la Constitución de 1978 es el producto directo de un pacto entre élites. Deseosas de evitar los sobresaltos lógicos en un proceso constituyente como los de 1868 y 1931, las castas privilegiadas del franquismo comenzaron a avanzar hacia ese pacto ya en los años sesenta. Franco podía decir y creerse que perduraría el régimen del 18 de julio, pero todos, salvo los del búnker, sabían que el sistema estaba muerto y que la única salida era la democracia. Antes de la muerte del dictador, los contactos estaban más que realizados y en ellos tuvieron un papel extraordinario personajes injustamente olvidados como el cardenal Tarancón no menos importante para explicar la Transición que Adolfo Suárez o incluso el mismo rey. La Constitución no lesionaría ni un solo privilegio y, a la vez, abriría la puerta a la creación de nuevos segmentos privilegiados que, hasta ese momento, se habían visto excluidos. El acuerdo era habilísimo porque garantizaba, por un lado, la continuidad y, por otro, la ampliación de la base social con el acceso de nuevas élites. Además, ideológicamente, permitía a la derecha alcanzar metas como la integración internacional; a la izquierda, llevar a cabo proyectos de décadas y a los nacionalistas, aglutinar a determinadas oligarquías regionales. El peso de ese pacto lo iban a tener que pagar – se veía venir– las clases medias, pero incluso éstas no se verían exentas de beneficios. El cambio político no vendría ligado al derramamiento de sangre –el GRAPO y ETA fueron la excepción– el régimen de libertades sería muy generoso en comparación con otros sistemas políticos previos y no digamos con el franquismo y no pocos de sus miembros podrían acceder a un ascenso económico y social gracias a su entrada en alguna de las nuevas élites. El sistema no era perfecto –¿qué construcción humana lo es?– y se puede objetar que, convenientemente camufladas, perpetuaba algunas desigualdades, injusticias e impunidades de siglos. Sin embargo, los beneficios eran tan considerables, el régimen anterior tan autoritario y el futuro tan ilusionante que el avance no se podía negar. En teoría, la Constitución podía haber servido para más de un siglo. Sin embargo, el sistema constitucional nacido de aquel pacto iba a entrar en crisis, una crisis que padecemos a día de hoy. De ella me ocuparé en la próxima entrega.