César Vidal

35 años (II)

Señalaba en mi artículo anterior cómo la vigente Constitución fue, al igual que la Transición, fruto de un inteligente pacto que traspasó con mucho los límites de los partidos. En teoría, el sistema tenía que haberse mantenido sin sobresaltos durante un tiempo indefinido, pero comenzó a mostrar la tirantez de sus costuras relativamente pronto. De entrada, no sólo no acabó con ETA, sino que además los nacionalismos multiplicaron sus exigencias. Era lógico que así fuera porque esos nacionalismos, en contra de las proclamas oficiales, sólo podían aspirar a asentarse y convertirse en hegemónicos sobre la base de la creación de un sistema clientelar, como ya reconocía el propio Pujol en los años setenta. Cuando al gasto salvaje y privilegiado de ese clientelismo se sumaron las presiones de las oligarquías locales aterradas por la apertura del mercado único con Europa y, de manera muy especial, el propio clientelismo del PSOE ligado a una visión añeja de las metas de la izquierda, el sistema comenzó a convertirse en inviable. A decir verdad, a inicios de los años noventa, estaba dando señales de preocupante agotamiento que se acentuaron cuando un debilitado Felipe fue cediendo ante las presiones de nacionalistas catalanes y vascos. Es más que seguro que la nación habría quebrado a mediados de esa década de no haber llegado al poder el PP. Aznar no llevó a cabo un proceso de regeneración en profundidad porque él mismo se habría llevado por delante el pacto previo a la Constitución, pero sí relanzó espectacularmente la economía –lo que permitió costear el sistema– e intentó racionalizar la puesta en funcionamiento del orden constitucional. Quizá nunca se le agradezca, pero la verdad es que salvó el sistema para más de una década. El 11-M, la llegada de ZP a la Moncloa y el pavor del nacionalismo catalán impulsando un nuevo estatuto por la sencilla razón de que no había manera de seguir sustentando sus redes clientelares colocaron de nuevo al sistema constitucional contra las cuerdas. Es verdad que ZP intentó solapadamente recrearlo, pero su intento era tan inicuo y estúpido que sólo desató el pánico. Desde su presidencia, todas y cada una de las instancias que habían pactado décadas antes se dedicaron ahora a asegurarse mayores tajadas de los presupuestos. El resultado ha sido una más que preocupante crisis económica detenida, pero no conjurada totalmente por el Gobierno actual. Con un resultado añadido: las clases medias ya son incapaces de mantener el edificio. De su futuro, hablaré en la próxima entrega.