Julián Redondo
A balón parado
No pierde. El Atlético recupera la estabilidad del alambre. Sin Diego Costa, sin más de 30 goles, lejos del latigazo que nacía en el centro del campo, tantas veces, y terminaba señalando la espalda del portero contrario. Sin los pilares de cada victoria, sin el delantero que eligió España y fracasó en Brasil. Sin una alternativa que ofrecía más nostalgia que resultados, pero que los metía, Villa. Sin el delantero del futuro que embarrancó en una temporada a partir de la cual se convirtió en un lapso, o laxo tal vez, Adrián.
Sin ellos ni sus muchos, contados o pocos goles, el Atlético intenta sobrevivir con la raza de Simeone, el símbolo, y sus arengas y su estrépito en la banda. O el de su sombra, el Mono Burgos, cuando él purga los partidos en un palco por atolondrarse. Pero el Atlético sobrevive y avanza, con pasos menos firmes que antes, con alguna duda en la defensa que antes no tenía y que en un par de encuentros le ha afligido, hasta que en Almería recuperó la estabilidad atrás y la cordura que Moyá le ha devuelto hasta que deje de ver a Oblak por el rabillo del ojo, como aquel árbitro y Landáburu.
Le basta con el balón parado, con Miranda que quiso irse y con Godín, para sacar adelante la Liga que su entrenador disputa al Valencia y al Sevilla mirando de refilón, como Andújar, al Barcelona y al Madrid que, con el asistente Messi y el «killer» Ronaldo, un delantero único en su especie, rebosan las redes rivales de balones como capturas de jureles.
El Barça, sin el sancionado Luis Suárez, arrasaba hasta Málaga. El Madrid, sin Benzema ni Chicharito, "Ronaldea". El Atlético sobrevive con Miranda y con Godín, sin Mandzukic ni Jiménez. Compite a balón parado, como de milagro.
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