Lucas Haurie

A la vejez, miedo

La arenga de José Antonio (¡¡presente!!) Griñán a los pensionistas tuvo su punto «Cocoon» en el momento en el que el presidente autonómico, ese cinéfilo que acudía a las salas discretamente con el matrimonio Chaves antes de que el rencor por las riñas partidarias se instalase entre ambos, les reclamó que se convirtiesen en las vanguardias combatientes. Flanqueado por los dos líderes del sindicalismo vertical andaluz, uno de ellos acuciado por una malversación de su tesorero, se bañaron en la piscina de la energía, ese remedo del manantial de la eterna juventud que retrató Ron Howard en la citada película. Tanta bandera roja y tanto abuelo entre el auditorio para escuchar a tres tipos que recuerdan con precisión dónde se enteraron de la noticia del asesinato de Kennedy nos retrotrajo a los tiempos de la gerontocracia soviética, un régimen parecido al andaluz en el que la prosperidad siempre se dejaba para el siguiente plan quinquenal (absténganse de hacer paralelismos entre la agencia TASS y Canal Sur): el mismo desahogo para culpar a agentes externos de la ineficacia de décadas de gobierno propio, la misma retórica frentista, el mismo odio al libre mercado, los mismos ejércitos de burócratas defendiendo con ardor guerrero al líder, a la idea y al sueldo, que son casi siempre la misma cosa. Las «bábushkas» de la estepa creían que el demonio habitaba en las botellas de Coca-Cola y a los jubilados de Estepa se les asusta con el advenimiento de una derecha que va a expropiarles las prótesis. El miedo, el eterno mecanismo de las dictaduras.

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