La amenaza yihadista
A por ellos o nos comen
El camino más corto para convertir un problema en catástrofe es negar su existencia. Y en España está ocurriendo eso con el terrorismo islámico. Ocurre también en la mayor parte de la opulenta Europa. El que no haya habido en nuestro país atentados sangrientos desde el 11-M, ha hecho pensar a gran parte de la ciudadanía española que la masacre no puede repetirse.
A eso se suma el convencimiento «ovino», estimulado desde la izquierda, de que aquel horror fue consecuencia directa de la belicosidad de Aznar y que desaparecido éste del primer plano y sin perfil internacional en la materia, se evaporan los motivos para que nos «castiguen». Las probabilidades de que los facinerosos intenten reeditar una carnicería como la perpetrada en Madrid en marzo de 2004 son ahora tan altas como entonces.
No es fácil trasladar esa sensación de peligro a la opinión pública, pero bastaría que nuestros políticos y unos cuantos tertulianos de ésos que pontifican cotidianamente en las teles leyeran «La España de Alá» que acaba de publicar Ignacio Cembrero y después hicieran el supremo esfuerzo de echar un vistazo diagonal a «La república islámica de España» de Pilar Rahola, para que la gente sensata cambiara de actitud.
El libro de Rahola, escrito hace ya cinco años, es revelador y pone el dedo en la llaga sobre lo que se nos viene encima y lo que tenemos dentro. En España hay en este momento casi dos millones de musulmanes y entre ellos, camuflados en esa inmensa mayoría laboriosa y pacífica, germinan un buen número de malvados.
¿No es para preocuparse que varios fanáticos islámicos que estuvieron relacionados con los terroristas de París y Bruselas, aunque no participaron en los atentados de Bataclan o el Aeropuerto, se «refugiaran» en España tras las carnicerías?
Nuestro bendito sistema legal no permite, gracias a Dios, que se pueda detener a alguien por sus ideas y la Policía se ha limitado a vigilarlos de cerca, pero no se puede obviar el peligro que entrañan o dejar de lado que tienen nacionalidades europeas y eso les permite moverse libremente por el espacio Schengen y operar a sus anchas.
La guerra contra el terrorismo ha estado salpicada de groseras manipulaciones, falsas alternativas y tesis simplistas. Una de ellas es que nuestro pecado es que no integramos a los jóvenes musulmanes. Otra es que basta combatir a los malvados en Irak, Siria, Libia o Afganistán, para no tener que hacerlo aquí. No existe tal dilema, los potenciales asesinos de mañana están allí y aquí.
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