Sin Perdón

A Sánchez le importa solo Sánchez

Hay que reconocer que la presidencia le sienta bien a Pedro Sánchez. Esto no significa, obviamente, que coincida con sus políticas erráticas o aplauda su resistencia contra viento y marea. Se siente muy cómodo sentado en el sillón presidencial y parece un actor que representa con éxito un papel. ¡Qué gran artista ha perdido la escena española! La realidad es que no tiene otro objetivo que permanecer en La Moncloa a cualquier precio porque está convencido de quien resiste acaba ganando. No tengo ninguna duda de que es un buen político, que no significa lo mismo que estadista, porque ha ido liquidando a sus adversarios con una tenacidad encomiable y se ha conseguido encaramar con éxito al poder, que por lo visto es lo único que cuenta en la nueva política. Su biografía nos muestra que se crece ante la adversidad, pero me resulta surrealista que pretenda mantenerse después de las elecciones con los enemigos más decididos de nuestra patria y de la Constitución que prometió defender. Es cierto que tiene la suerte de no tener rivales en un PSOE que se ha convertido en un rebaño de ovejas, donde cualquier despropósito presidencial ha dejado de llamar la atención.

La “mayoría” que le apoya es tan variopinta como incoherente, pero no provoca ninguna voz de alarma seria, más allá de las tibias protestas de Page o Lambán. El socialismo se ha visto sustituido por el sanchismo cuyo fundamento ideológico es la supervivencia, los mensajes edulcorados, la sumisión al líder carismático y la incoherencia política. Es cierto que las cosas se ven diferentes desde La Moncloa y que todos hacen promesas o declaraciones cuando están en la oposición que se cambian al llegar al poder, pero no recuerdo un espectáculo similar desde las primeras elecciones democráticas. Sánchez tenía la oportunidad de ser un gran presidente e incluso esperé, aunque estaba convencido de que no sería así, que convocaría unas elecciones tras la moción de censura.

La rueda de prensa del viernes muestra que se siente muy cómodo como presidente e incluso es fácil comprobar con sus gestos que es evidente que agotará la legislatura y que no le importará pactar otra vez con los independentistas, los comunistas y los bilduetarras. Me olvidaba del PNV que siempre va a lo suyo y le importa un pepino lo que pase en el resto de España. El oportunismo es la marca del nacionalismo vasco que es más de derechas que Vox, pero que le encanta hacer caja y hay que reconocer que lo consigue gobierne quien gobierne. No hay que olvidar que su única prioridad es el País Vasco y que España es una simpática vaca a la que ordeñar. Las élites vascas, al igual que las catalanas, llevan siglos dedicadas a esta labor y les ha dado un resultado fantástico.

Sánchez podría hacer políticas de Estado, pero le pierde el tacticismo partidista que sólo busca su permanencia en La Moncloa. No hay ninguna duda de que le resulta mucho más grato ser el inquilino de ese palacio que ser solo el secretario general del PSOE. El silencio de Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero, dos presidentes que ganaban elecciones, es indicativo del erial en que se ha convertido el socialismo español. Por otra parte, los que ponían a parir a Sánchez ahora ocupan cargos públicos o se sientan en consejos de administración bien retribuidos gracias a la magnanimidad presidencial. No hay fiel y sumiso que un estómago agradecido. Es hilarante, por ser generoso, comprobar que aquellos que le atacaban por su currículo académico, incluidas algunas periodistas que se han convertido en groupies, han tenido una inquietante pérdida de memoria.

No creo que pueda renovar su mandato en las próximas elecciones, porque su política errática frente al independentismo es un error político enorme que le debilita en toda España. Por más que se empeñe en el buenismo, cuando antes de la moción era un fervoroso defensor del 155, comprobará que la situación en Cataluña no tiene una solución milagrosa, ni a corto ni a largo plazo, y que una colección de fanáticos e iluminados se ha instalado en la Generalitat con los que es imposible negociar. Cualquier cesión es para ellos una muestra de debilidad y solo cabe esperar que el paso del tiempo y políticas inversoras inteligentes vayan debilitando al independentismo a la espera de que surja una nueva Convergencia que canalice a los más moderados al respeto del ordenamiento constitucional y estatutario.