Cástor Díaz Barrado
A todo gas
La compleja situación que se vive en Ucrania no sólo afecta a las relaciones políticas entre Rusia y la Unión Europea –que, con seguridad, se están deteriorando cada día más– sino que también tiene su impacto en la cuestión energética. La decisión del Gobierno ucraniano de suspender los pagos a las empresas rusas por el suministro de gas ha recibido una respuesta contundente por parte del Gobierno de Putin y es muy probable que, a las declaraciones verbales que se han producido hasta ahora, sigan, en un futuro próximo, comportamientos de mayor gravedad para las relaciones mutuas y, también, para los intereses de algunos estados de la Unión Europea. La suspensión en el suministro de gas a Ucrania se puede producir, lo que pondría de relieve, una vez más, la dependencia energética que tiene buena parte de Europa del gas ruso. Falta tiempo para que Rusia opte por unir sus intereses económicos a los de la Unión Europea y es muy posible que asistamos a situaciones muy desestabilizadoras en esas relaciones. Por ello, convendría ir resolviendo, por lo menos, el problema energético que aqueja a buena parte de los estados de la Unión Europea, entre los que se encuentran Alemania y Francia. Corresponde diversificar y buscar nuevos proveedores. La energía es fundamental en la actual sociedad internacional y el desarrollo económico de los países de la Unión depende, en buen parte, de que no acontezca una crisis energética de envergadura. La crisis en Ucrania nos revela que tenemos puntos de debilidad. Para Rusia prima el enfrentamiento con Ucrania antes que los efectos que este conflicto pueda generar en buena parte de estados de la Unión Europea. La mejor manera de poner límites a esta situación es apostar, también, por el gas argelino y para ello contar con España para la distribución de estos recursos energéticos. Argelia por Rusia y España por Ucrania, ésta debe ser la opción de la Unión Europea. Ampliar y mejorar los gasoductos y dar utilidad a las regasificadoras que se encuentran en España debe ser una prioridad en la política energética de la Unión. Alemania y Francia deben ponerse manos a la obra y asegurarse de que se acometan las obras que hagan plenamente rentables las infraestructuras de conexión internacional del sistema gasístico español. No debemos buscar sólo que Ucrania salde sus deudas con Rusia y esperar una nueva crisis, sino que, simultáneamente, hay que favorecer la posición de Ucrania y abrir de par en par la alternativa del gas argelino a través de España.
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