Alfonso Ussía

A un paso...

Del infarto. A un paso de un descontrol vascular. Agradezco a mi organismo que haya resistido para así cumplir con mi obligación diaria. Escribo el sábado a media mañana. He descansado del cansancio anímico. Tarde de tenis. Lo de Rafael Nadal, impresionante. Lo de David Ferrer, fabuloso. El mallorquín y el alicantino. Pero al placer por la victoria de nuestros dos compatriotas hay que sumar el júbilo y regodeo que me han producido los silencios y lamentos del público de París, siempre arisco con los españoles. Rafa Nadal se zumbó al grandísimo Djokovic después de cinco horas de tenis inalcanzable. El público, que animaba al serbio, sufrió duro quebranto. Y una buena parte de los espectadores abandonó su localidad para sosegarse en los diferentes meódromos inmediatos. Algo de motivo tiene el público parisino para sentirse hasta los dídimos de Nadal. Ha ganado en siete ocasiones la copa de los Mosqueteros, y hoy, domingo, puede levantarla por octava vez, mientras que los tenistas franceses llevan más de treinta años padeciendo la melancolía de la derrota. Pero después de Nadal jugaba David Ferrer con el francés Tsonga, que había eliminado previamente a Federer y en quien toda Francia había puesto sus ojitos de esperanza. Cuando los espectadores volvieron a depositar sus distinguidos traseros en sus asientos, Ferrer le había endosado un 6-1 al galo en un abrir y cerrar de ojos. Otro golpazo posterior y el tercero definitivo, con un Tsonga abandonado por los suyos, unas tribunas patéticamente deshabitadas y un silencio demoledor. Que dispute la final Rafael Nadal es algo que los parisinos tienen asumido. Que contienda con otro español, no tanto. Un David Ferrer que representa el tenis del esfuerzo, del trabajo, de la superación constante y que le ha llevado al quinto puesto de la clasificación mundial. Si David no hubiera coincidido en los tiempos con Rafa Nadal, ya tendría su «Grand Slam» en su casa. Y ésta es la rivalidad que hoy se espera entre los españoles, que es una rivalidad deliciosa. Los que quieren que Rafa conquiste su octavo «Roland Garros», o los que desean que David Ferrer triunfe en su primera final de uno de los cuatro grandes. Hoy no tendrá sentido el tantarantán cardíaco.

Divertida reacción la de un medio de Barcelona, probablemente apoyado por la Generalidad arruinada. El medio se llama «El Punt Avui», y en grandes caracteres anuncia: «Una final catalana» en París. Con todos los respetos habidos y por haber, me atrevo a decir que es un titular radicalmente gilipollas. Éstos se creen que todo el monte es Junqueras. Después del detalle que ha tenido el «Barça» con el histórico Reino de Aragón y su Señera en su segundo equipamiento para la próxima temporada, vienen los de «El Punt» ese y fastidian la cortesía. Nadal, como toda su familia, es de Mallorca, y más español que el Cid Campeador. Para colmo, es un seguidor apasionado del Real Madrid. Mallorca, como el resto de las Baleares, tiene en su Señera su particular y característica franja morada. Y David Ferrer, cuyo único defecto es ser barcelonista por una gripe que tuvo de niño, es un tenista maravilloso que siempre ha manifestado –como Nadal–, el orgullo de su españolidad. Han representado juntos a España en algunas ediciones de la Copa Davis y nos han regalado la Ensaladera. Es decir, que felicidad completa. Por el triunfo seguro español, por la tristeza francesa y por la estupidez aldeana de los incultos paletos del «A Punt», «El Punt» o como se llame eso.