Lucas Haurie

Acogida a un basurero

La Razón
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Se ha extraviado un basurero en Málaga. La última vez fue visto por el Pedregalejo, inspeccionando despojos de una calidad formidable. El basurero en cuestión, de 39 años, salió de casa diciendo que volvería enseguida, pero aún no lo hizo. Mide un metro setenta y tres, sin contar el tacón de mugre que arrastra consigo, y se le conoce afición por la ornitología, con una particular predilección por las gaviotas malencaradas. Se peina con la raya en medio, usa gafas de lejos y luce en el antebrazo un tatuaje de bailarina a quien hace bailar reguetón, moviendo los músculos, cuando alterna con los amigos de confianza. Pero la Costa del Sol, que siempre ha acogido con generosidad a los basureros extraviados, volverá a hacerlo con este otro que probablemente haya cambiado ya su estatus de desaparecido por el de reaparecido en alguna celebración sindical. ¡Sí se puede!, gritaban. Los ciudadanos, mientras, observan con la nariz tapada cómo un gremio de trabajadores municipales chantajea a los regidores que, en Málaga y en el resto de las ciudades, han optado históricamente por contribuir a la ‘paz social’ con la oferta de prebendas propias de una casta. Pero la ciudad abrazará también a este basurero extraviado, hijo pródigo en esencia, porque cree que incluso la basura puede tener una ulterior utilidad. Cada ciudadano, eso ocurre en todo el mundo, sueña con adoptar a un socorrido basurero que sepa ayudarlo a discernir detritos, que le evite los itinerarios de mayor podredumbre y lo asesore, mediante una clase magistral, en el método a seguir para ver proliferar las vacaciones y las extraordinarias. El sindicalismo parece despertar de la hibernación. Se acabó la crisis. Que regresen las basuras.