Manuel Coma

Acuerdo y desacuerdos

Después de todo, lo firmado por Irán en Suiza no es un acuerdo, ni siquiera provisional, marco o de principios, solamente unos «Parámetros para un Plan de Acción Global Conjunto relativo al Programa Nuclear de la República Islámica de Irán», que ya es rizar el rizo de los eufemismos diplomáticos. En inglés se suelen referir al documento como «deal»: trato, que no tratado. Ahora tienen hasta el 30 de junio para convertirlo en auténtica pieza jurídica de obligado cumplimiento. Hasta entonces no hay nada que cumplir. Sólo los «elementos sobre los que se funde el texto final». El primer párrafo especifica que «nada está acordado hasta que todo esté acordado». Las posibilidades de que se llegue al acuerdo final no dependen del texto de este pre- o semi-acuerdo. Es decir, no son muchas. Todo el esfuerzo podría colapsar. Más probable es que se traspase el tope final y se designe otro nuevo, más final todavía, como ya se ha hecho varias veces. Y si se alcanzara la meta, el cumplimiento no está en absoluto garantizado. Sólo con un cambio de régimen mejorarían sustancialmente las perspectivas.

La revolución islámica iraní quiere, por encima de todo, y ha querido siempre, poseer bombas atómicas o llegar al punto más cercano posible de su consecución. Obama, por encima de todo, quiere y ha querido en todo momento desde su llegada a la Casa Blanca, como la más preciosa joya de su legado histórico en política exterior, exhibir un acuerdo con Teherán que acabe, espera, con el peligro nuclear y remodele pacíficamente todo el Oriente Medio.

Ha habido una disimetría de voluntades. La concupiscencia de Obama por el tratado ha sido siempre superior a la del régimen islámico. Los cambios en la posición negociadora americana, renunciando a un objetivo tras otro, o sea, haciendo una concesión tras otra, han dejado claro que los agentes de Obama no se levantarían de la mesa hasta conseguir algo que, con la inevitable hipérbole, pudieran presentar como un paso transcendental hacia la pacificación de todo el Oriente Medio, reconociendo que no era el tratado perfecto, pero sí el mejor posible y mucho mejor que ningún tratado. Teherán ha sido consciente de esa actitud de Washington y ha transmitido desde el principio su exigencia irrenunciable al levantamiento de las sanciones y a la preservación de toda la infraestructura y medios de su programa nuclear, aceptando como único material negociable el alcance de las limitaciones y el ritmo de lo que quedaría permitido en el funcionamiento del programa, dejando claro que si se le aprietan las tuercas en medida que considere excesiva está dispuesto a seguir arrostrando los deletéreos efectos de las sanciones y abandonar todo intento de acuerdo.

Desde el mismo inicio, Teherán impuso, y sus interlocutores aceptaron, que lo que estaba en discusión era solamente lo nuclear, no en absoluto otras acciones o políticas exteriores, en las que el régimen se reafirma plenamente, así sean hegemónicas o de apoyo a terrorismo, que en todo caso los ayatolás no reconocen que sean tales. Su énfasis ha estado siempre puesto en la inmediatez del levantamiento de las sanciones, en cuanto se estampase la firma sobre un tratado. La ficha negociadora de la otra parte es la gradación temporal de la retirada de éstas, dependiendo siempre del cumplimiento verificado de lo que se acorde.

Todo el proceso, que se remonta a doce años atrás, ha tenido el carácter surrealista de que los americanos u occidentales en general, más rusos y chinos en esta última fase, porfiaban insistentemente en desactivar algo que los iraníes nunca dejaron de afirmar que no existía en absoluto: el denodado esfuerzo, tan costoso en el plano internacional y en el precio económico, por conseguir armamento atómico. Con la misma porfía que la otra parte, y por increíble y universalmente «increído» que fuera, ellos no han dejado nunca de asegurar que su programa es solamente civil y su interés exclusivamente económico y científico. Sobre esa base puede uno imaginarse las posibilidades de honesto cumplimiento de lo que quiera que algún día se acuerde.