Bruselas

Adiós vida, adiós

La Razón
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Los atentados del martes en Bruselas, así como el accidente de autobús en la AP7 –cada uno de diferente naturaleza-, son eventos inesperados y nada deseables porque conllevan muerte y dolor infinito que invitan a reflexionar sobre la fragilidad de la vida, el cómo nos la complicamos y desperdiciamos nuestro tiempo -como si la vida no tuviese sentido ni fin-, así como sobre la crueldad (odio y maldad a partes iguales) que exhiben algunos humanoides -para mí, no son seres humanos-. ¿De qué carecen aquellos que atentan contra sus semejantes? ¿Acaso lo hacen porque solamente se parecen a nosotros en el exterior? ¿Qué les sobra: maldad o algo peor? Lo de Caín contra Abel iba en serio, pero se quedó corto viendo el resultado actual (atentados terroristas). El odio a uno mismo, por regla general, no suele traspasar la frontera de lo personal. Empero, cuando la trasciende y alcanza lo colectivo, puede convertirse en una guerra que no ha sido declarada y además es unilateral. ¿Odio? Habrá que inventar una palabra más intensa. No es baladí que la relación que cada uno de nosotros tiene consigo mismo acabe configurando el mundo en el que vivimos. El ‘buenismo’ (prefiero catalogarlo de tontismo), nos ha impulsado a ser condescendientes con el mal: así Otegui, según Podemos, es un ‘hombre de paz’. Toda una burla cruel, sarcasmo del más alto nivel para humillar a víctimas y al resto: un terrorista, arrepentido o no, siempre llevará eso en la impronta de su alma y en su memoria humana. Los psicópatas son reales, y cuando unen sus fuerzas, arropándose en el fanatismo, devienen en el MAL con mayúsculas. En cada uno de nosotros habita una ‘célula’ del mal: que ésta se extienda o no, como el cáncer, depende de si decidimos vivir en el amor y en el respeto a la vida humana, o en el desprecio al alma divina. De nuevo, los ángeles están de luto y lloran lágrimas de sangre.