José María Marco

Afines sociales

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En el gran proyecto leninista de redención del universo había varios grupos estratégicos. Uno de ellos era la vanguardia intelectual, a la que el socialismo sacaba de su estado de alienación para darle al fin el protagonismo que le correspondía. (Hay quien lo sigue creyendo, sin recordar que no ha habido nada más brutal con los intelectuales, en particular con los de izquierdas, que el socialismo.) Otro de esos grupos, a veces olvidado, es el de los delincuentes. Lenin los llamaba «afines sociales». Confiaba en ellos para que sacar adelante la primera etapa del socialismo, que es la deslegitimación de las sociedades liberales y democráticas. Luego, ya se vería: sabemos lo que eso quería decir, pero delincuentes e intelectuales se hicieron ilusiones.

En estos tiempos estamos viviendo un rebrote de leninismo. Y no sólo del leninismo nunca del todo olvidado por partidos que, como el socialista obrero español, perpetúan una historia escasamente empática con la democracia liberal. Están también los grupos que despliegan una retórica neomarxista, y explícitamente leninista, acerca de la transformación necesaria de la sociedad. Es dudoso que quienes los componen –salvo, quizás, Jorge Verstrynge– crean en los objetivos en los que se creía mayoritariamente hace cien años. De lo que sí parecen estar convencidos es que las democracias liberales como la nuestra son simples fachadas para disimular la explotación.

Otra diferencia es que los «afines sociales» ya no se reclutan entre las capas marginales de la sociedad. Al contrario, salen de las universidades y de los centros de enseñanza. Estos están dedicados a crear falsas expectativas y a apuntalar de forma masiva y sin contrapeso una idea de la historia y de la sociedad en la que el socialismo sigue vigente. Esta filosofía, por así llamarla, explica las dificultades actuales –y en general la dolorosa condición del ser humano– por la derrota de la utopía socialista. Hay quienes se extrañan que esto sea así. Lo extraño es que la sociedad siga resistiendo, porque no contentos con poner la enseñanza a disposición de ese proyecto, los gobiernos occidentales le han regalado también la cultura estatal, con importantes recursos destinados no a preservar y difundir la belleza, el conocimiento y la reflexión, sino a destruir la simple posibilidad de todo esto, que es lo que nos hace humanos. Sería interesante ver lo que pasaba con grupos como los dedicados al acoso, por ejemplo, si los departamentos de Cultura y de Educación, los nuevos «tontos útiles» de Occidente, dedicaran sus recursos a algo menos leninista.