Cataluña
Agenda propia
En el mundo municipal vieron la luz algunos de los momentos más intensos de nuestra vida en común, actuaciones con las que se abriría una nueva etapa en nuestro país. Pocas ocasiones fueron tan propicias para disfrutar, con verdadera intensidad, de dos sentimientos. El primero, el de una ciudadanía plena que, consciente y sentimentalmente, se identifica con su ciudad; el segundo, imprescindible para superar cualquier crisis, sentirse con capacidad para transformar el mundo, para superar las dificultades. Los ciudadanos, por convicción y por motivos sentimentales, pudieron considerarse parte de un proyecto. Lo que en aquellos momentos afianzó el municipalismo, y la fe en la democracia, fue constatar nuestro poder para superar los problemas. Teníamos menos medios, menos experiencia y menos «competencias»; carencias que se suplían con una hoja de ruta creíble pegada a los problemas de la mayoría. No bastaba con encontrar un culpable, era menester una solución. Pertrechados con este método fuimos capaces de superar las consecuencias de un urbanismo depredador, asfaltar las calles, escolarizar a nuestros hijos... Nuestra inteligencia para resolver cimentó nuestra ciudadanía.
El buen fin de algunas de aquellas iniciativas, y de muchas de las que les dieron continuidad, se debió –en alguna medida– al saber hacer municipal del PSC. Ellos importaron a nuestra cultura de gestión la Planificación Estratégica, los sistemas avanzados de atención al ciudadano y muchas cosas más. Todos, en el algún momento, nos hemos inspirado en su proyecto, en su forma de hacer ciudad. La ciudadanía de Cataluña siempre ha sabido recompensar ese liderazgo municipalista del PSC. A ese reconocimiento deben muchos éxitos electorales.
Entre las funciones constitucionales de un partido político figura el detectar y definir los problemas públicos. Seleccionando y priorizando, de entre aquéllos, los que formarán parte del quehacer de los gobiernos o la oposición. En una sociedad democrática, sobre todo en aquellas que tienen una sociedad civil y unos medios de comunicación sólidos, los partidos no son los únicos actores con capacidad para decidir sobre qué asuntos ha de centrarse la atención. Lo que constituye una «competencia» saludable y un acicate para que los partidos hagan mejor su trabajo.
Los problemas que preocupan a los españoles son publicados regularmente por el CIS. Esta agenda, denominada muchas veces Agenda Sistémica, suele estar recogida y modulada en la Agenda del Gobierno, que dimensiona y ordena los problemas sentidos por la ciudadanía. Como decíamos antes, hay más agendas, por ejemplo la de los medios de comunicación –conviene recordar el plural–, que, legítimamente, representan un punto de vista propio. Muchos autores han señalado que «los políticos» pueden tender a sustituir los problemas más sentidos por los ciudadanos por «sus» preferencias; en otras ocasiones, olvidándose de su autonomía, se pliegan a la agenda de algún medio de comunicación, orientando su actividad hacia un conjunto de iniciativas que no ocupan los primeros puestos en las preocupaciones de las gentes. Resulta más infrecuente, aunque sea un clásico en teoría de la comunicación, que un partido construya su agenda como respuesta a la que tienen otros, de forma que sólo se habla de aquello de lo que los oponentes quieren hablar; una conversación que no necesariamente ha de resultar prioritaria para los votantes propios y que, paradójicamente, puede acabar beneficiando a un tercero.
Lo anterior no significa que un partido no deba impulsar nuevos problemas o nuevas soluciones. Pero hay límites. Fundamentalmente, la coherencia con los valores de cada organización, entre los que figura la lealtad a los valores comunes de una sociedad. No se puede apoyar una causa simplemente por tener apariencia mayoritaria. Decía Azaña que «la obligación de un político y de un gobernante no es tender la vela al viento que pasa, sino quizá contrariar al viento; mejor dicho, navegar; es decir, gobernar con todos los vientos, no para prohibirlos, no para desnaturalizarlos, sino para explicar las razones que hay de orden nacional, para convencer de que el viento está mal dirigido y mal encauzado».
El crédito político –en estos tiempos, tan escaso– surge de conjugar las dos ideas que hemos citado: el orgullo ciudadano y la capacidad de transformación. No todo cambio es una transformación relevante para nuestras comunidades y otros, simplemente, se abren a lo desconocido. No basta con rellenar una agenda para tener un proyecto; para serlo debe entroncar con las preocupaciones de nuestros electores y proponer objetivos identificados y mesurables.
Sería conveniente repasar, en este sentido, el número y la intensidad con la que los ciudadanos en general, y el electorado de cada cual en particular, han respondido a los distintos proyectos: los municipales, los autonómicos y los nacionales. Resultaría de interés preguntarse, por ejemplo, cuáles son las razones por las que votantes del PSC en las elecciones municipales optan por la abstención en otras convocatorias.
Un partido debe proponer y resolver problemas, no crear dificultades. El PSC es una solución para los ciudadanos y para el PSOE. Alejarse de su base social ligándose a proyectos que contribuyen a dividir a la sociedad española y, por ende, a la catalana, puede ser coherente con muchas cosas, pero no lo es con su trayectoria.
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