César Vidal

Agravio comparativo

Una de las circunstancias más hirientes que puede sufrir un ser humano es el agravio comparativo. Juan descubre, por ejemplo, que por reparar su automóvil le cobran el triple que a Antonio a pesar de que la labor es exactamente la misma. O Laura descubre que el mismo ejercicio, exactamente el mismo, que presentó Luisa obtiene una puntuación de la mitad. O a Pepe le clavan una multa por realizar una infracción ante la mirada de la policía, mientras Javier ha perpetrado justo la misma un minuto antes y los agentes de la ley que lo contemplaron no movieron un dedo. En casos así, la gente, antes de recordar a la madre de los perpetradores del agravio comparativo, se pregunta indignada por qué tiene que ser víctima de un trato peor, incluso mucho peor, que alguien que ha cometido una acción idéntica y que sale mucho mejor parado. Y con razón. Hace unos días, a este lado del Atlántico, me llegó la noticia de un empresario español al que acababan de condenar a más de treinta años de prisión por no presentar ciertas declaraciones de Hacienda. Como yo he presentado todas las declaraciones habidas y por haber durante décadas y además me consta que he pagado muchísimo más de lo que he recibido, no tengo ninguna simpatía hacia los que eluden sus obligaciones fiscales, pero ¿cómo se puede condenar a más de tres décadas de cárcel a alguien porque eludió abonar el IVA y el impuesto de sociedades? Lo mire como lo mire, no puedo dejar de pensar que es una monstruosidad y más teniendo en cuenta que al personaje en cuestión pretenden cobrarle una sanción económica que, seguramente, le dejará sin nada para pasar sus últimos años. Reflexionaba yo en esto cuando el honorable Pujol –pocas veces alguien habrá llevado con menos razón un título– confiesa que durante tres décadas tuvo cuentas ilegales en el extranjero. Los que han estudiado el tema aseguran que la cifra del patrimonio pujolesco podría andar por los seiscientos millones de euros. Sin embargo, el honorable Pujol –que es como decir la virginal Mesalina– ha confesado, parece que le han impuesto una multa y a otra cosa, mariposa. Nadie va a investigar cómo reunió esa fortuna –¿de su sueldo de honorable?– ni, por supuesto, comparecerá ante el juez ni dará con sus nacionalistas huesos en la cárcel. No sé lo que habrá dicho el empresario condenado a más de treinta años, pero seguro que ha sido más que «agravio comparativo».