Ciencia
Aire
Aire malo nos entra por la boca cada día, a cada segundo. No puede uno dejar de respirar para librarse de esas partículas tóxicas que están relacionadas con enfermedades respiratorias, arterioesclerosis, diabetes, ictus, problemas neuronales, cardiopatías y tantos otros males. Uno puede dejar de fumar, pero no puede evitar esa bocanada de humo que te tragas cuando un coche acelera en la esquina de tu calle. Esas partículas finas (también llamadas PM2,5) se generan por la combustión de carburantes fósiles, en especial de los vehículos diésel
—emiten hasta seis veces más que los de gasolina— y están compuestas por elementos tóxicos como metales pesados. Son especialmente peligrosas por su capacidad de penetración en las vías respiratorias. Y los científicos han demostrado que arrebatan tiempo de vida a las gentes. No hay duda, en las ciudades estamos muy por encima de los limites que establece la OMS, la cual asegura que más del 80 por ciento de la población europea está expuesta a niveles de partículas en suspensión que superan todas las recomendaciones, afectando mucho más de lo que se pensaba a la salud de los ciudadanos. Pues habrá que hacer algo, digo yo. Ellos, y todos los encargados de velar por la salubridad del planeta, tendrán que hacer sonar las sirenas ya. Educar, endurecer la normativa, multar, qué sé yo. En esta parte del mundo rico y absurdo nos hemos liado con lo superfluo de la vida y pasamos de lo primordial. La salud es lo primero, lo sabemos todos. Sin calidad de vida para qué queremos posesiones y progreso. Cada uno de nosotros puede cuidarse en lo que controla, pero qué hacemos con ese aire, o con ciertos productos alimenticios, o con el ruido que nos enloquece. Eso es una responsabilidad global. Tendrán que empezar los que gobiernan. Hay que limpiar el aire urgentemente. Lorca decía que por galantería con el cielo. Hoy ya con todos los seres vivos.
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