Alfonso Merlos

Alegoría del bloqueo

La Razón
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El eterno retorno de lo mismo. Hemos asistido a una coreografía en la que los actores intervinientes han escenificado algo que simboliza el bloqueo, y que evoca con onerosa nitidez la peripecia que hemos vivido y sufrido los españoles durante los últimos cuatro largos e intrincados meses. La imposibilidad para el pacto, la defensa del interés propio sin moldear siquiera o desdibujar de forma tenue alguna línea roja.

Es una imposición de la sociedad –ya demasiado castigada en esta pedregosa travesía– que los principales partidos se pongan de acuerdo en lo que van a recortar y en cómo hacerlo. No es algo ejemplar ni plausible, aunque moverá a un buen puñado de papanatas al aplauso. Es lo mínimo, dadas las circunstancias. Cuestión de puro decoro y decencia.

Y, sin embargo, volvemos a ver aquí cómo los representantes de la nueva política se revuelven, cómo aduciendo científicos y sesudos motivos (tan pormenorizados como discutibles) hacen lo posible para consumir más dinero de la caja pública del que quizá debería tocarles por reparto, por pura lógica de proporcionalidad. No. No se trata de una pelea en la que los emergentes deban quebrar la muñeca a los consolidados. Se trata de aplicar principios de eficiencia y sentido común, incluso de respetar la situación de las que siguen siendo las dos formaciones con más respaldo de la población. Así funciona la democracia. ¡¿Qué se le va a hacer?!

Sería penoso, en fin, que algo tan simple como reducir un 30% los costes electorales se convirtiese en incontenible motivo de refriega o gresca en aras del avance de determinados postulados egoístas. Aunque ya conocemos, en algunos recién llegados, su dependencia brutal del oxígeno de la propaganda. No sólo de la mediática.