Joaquín Marco

Algo más que las banderas

La Razón
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El salitre del mar afecta gravemente a las construcciones en piedra de La Habana Vieja y un característico olor tropical a fruta madura envuelve el aire de la isla. Fue principal destino turístico de los estadounidenses que buscaban exotismo, «Tropicana», juego, alcohol, tabaco y excelentes negocios antes de la Revolución de 1959. Ya nada podrá ser lo mismo, porque aquel mundo desapareció al tiempo que sus dictadores. Pero el 3 de enero de 1961, el presidente Dwight Eisenhower ya ordenó la ruptura de relaciones con el régimen de Fidel Castro y sus barbudos. Poco después, en abril de 1961, se produjo el fracasado intento de invasión en Bahía de los Cochinos por parte de grupos armados que partieron de las costas estadounidenses con la intención de derrotar a los revolucionarios. El 3 de febrero de 1962 el presidente Kennedy ordenó el embargo económico y comercial que todavía, suavizado en parte, se mantiene. El llamado bloqueo no finalizará pese a la sonada apertura oficial de las embajadas. La de Cuba en Washington se produjo el pasado lunes con la asistencia de unas quinientas personas. La inauguración oficial de la de EE UU en La Habana está prevista el 14 de agosto con la presencia del Secretario de Estado John Kerry. El presidente Obama sabe bien que las fórmulas diplomáticas son tan lentas como complejas y aún más cuando existen entre Cuba y EE.UU. múltiples problemas que vienen desde tan lejos. No han sido pocas las tensiones que se han producido tras más de medio siglo de pésimas relaciones. La más grave, sin duda, la que situó al mundo al filo de una guerra, se produjo en octubre de 1962 cuando Cuba permitió a la extinta URSS la instalación de 42 misiles nucleares que apuntaban al país vecino. La sangre fría de unos y otros logró salvar tan grave situación.

La normalización que acaba de producirse tiene sus raíces en signos anteriores y el fundamental es el paso a un segundo término de Fidel Castro. Desde la postura estadounidense tal vez la más significativa sea la visita del ex presidente Carter a Cuba el 28 de marzo de 2011, pero habrá que esperar hasta 17 de diciembre de 2014 a que se anuncie el inicio de un proceso de restablecimiento de relaciones bilaterales. Decisivo fue también el papel de ciertos mediadores y, en primer lugar, el Papa Francisco y el de José Ramón Cabañas, ahora encargado de negocios en la Embajada en EE UU y Jeffrey Delaurentis, posible embajador esta-dounidense en La Habana. Fue el día 11 de abril cuando el propio Barack Obama y Raúl Castro, reunidos en Panamá, anunciaron el propósito de restablecer las relaciones diplomáticas. Se había producido la luz verde. El día 15, el Departamento del Tesoro de EE UU ordenó la relajación de las normas sobre exportaciones, viajes e intercambios de divisas entre ambos países y el 29 de mayo Cuba fue eliminada por EE UU de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Un factor decisivo ha sido también la actitud pragmática de Raúl Castro y las dificultades económicas por las que discurre su limitada apertura económica liberalizadora. Pese a ello, Bruno Rodríguez, ministro de Relaciones Exteriores cubano, ha hecho notar en Washington ante sus anfitriones que sigue pendiente la cuestión del bloqueo y la perpetua reivindicación de la base militar de Guantánamo. Aunque el presidente Obama logre disminuir sus efectos, la eliminación del bloqueo no depende de él, sino de la actitud que tomen el Congreso y el Senado, ya que ambas Cámaras se encuentran en manos de los republicanos, poco favorables de momento a cualquier cesión a La Habana y contrarios a ofrecer una baza a un presidente que con audacia acaba de modificar también sus relaciones con Irán. Sería el de Obama un mandato con excesivos éxitos en política exterior.

La población cubana celebró la reanudación de relaciones al máximo nivel con fiestas callejeras y las encuestas estadounidenses son muy favorables. Lo que se avecina es la llegada masiva de los hombres de negocios estadounidenses a la búsqueda de oportunidades y la de turistas en mayor número. Habrá que esperar hasta reanudar la emigración tradicional de cubanos a EE UU. Por razones políticas o económicas, en la zona de Miami viven más de un millón y medio de habitantes de origen cubano. Quienes emigraron a raíz de la Revolución son hoy ancianos que se manifiestan en contra de cualquier reconocimiento de un régimen que no respeta los derechos humanos. Pero sus hijos y nietos se manifiestan más prácticos. Saben que éste es el momento oportuno para abrir la mano y dejar sentir la influencia del exterior en la isla. El bloqueo ha sido un fracaso y no ha hecho sino permitir que el sistema castrista se enrocara. Los signos aperturistas de La Habana fueron aprovechados por el presidente Hollande, que fue recibido por Raúl Castro, y por autoridades alemanas y del resto de Europa que se han hecho presentes no sólo para gozar del clima. El crecimiento económico podría acelerarse, aunque hay que tomar las medidas emprendidas con cierta precaución. España siempre estuvo presente en Cuba, pero nuestras relaciones políticas se han enrarecido. Nuestro ministro de Asuntos Exteriores no fue recibido por Raúl Castro. Un cierto puritanismo de orden político nos aleja de las tradicionales relaciones que nos habían unido incluso durante el franquismo. Existe una cámara de empresarios españoles en Cuba, pero la avalancha de posibles inversores hace temer por la posición que puede ocupar España en la inevitable renovación económica de la isla. Los procesos democratizadores en los ámbitos culturales y políticos es posible que circulen a menor velocidad, pero la apertura será inevitable. Se ha perdido una ocasión de oro para mostrar el papel que debería jugar España, pese a la crisis, en una América que es más hispánica que europea o estadounidense. Ondean las banderas, pero el trabajo que resta es ingente y deberíamos situarnos en la primera fila.