Alfonso Ussía

Amable fauna

En los Parlamentos alfonsinos –XII y XIII–, a los diputados fieros se les denominaba «jabalíes». El prototipo era Pérez-Madrigal, un parlamentario feroz con la palabra en la tribuna o el escaño, así como amable y educado en los pasillos y en el bar. El ingenio sobrado desprecia a la vulgaridad del insulto soez. Además, Pérez-Madrigal y otros «jabalíes» acudían al Congreso vestidos correctamente. Julián Besteiro, primer Presidente del Congreso en la Segunda República, era un socialista exquisito y de gran elegancia. En una sesión veraniega, y ante el calor sofocante que imperaba en el hemiciclo, un diputado solicitó a Besteiro el permiso para quitarse la chaqueta. –Señor Presidente ¿nos autoriza a quitarnos la chaqueta?–; –Si, pero que cada uno se quite la suya–. Todavía, la izquierda respetaba la estética y los diputados y senadores no vestían como guarros cuando representaban a sus votantes.

La ideología nada tiene que ver con la apariencia y la higiene personal. Fernando de los Ríos, otro socialista pera cantado por Federico García Lorca, al que atribuyó mayor elegancia que a Julián Besteiro. Ninguno, tiempos de la Restauración, más irónico, eficaz, inteligente y elegante que Francisco Silvela. La excelencia indumentaria permite y disfraza el exabrupto. Así, que un joven congresista radical se permitió el lujo de señalar a Silvela como responsable de un abuso de poder. Finalizada la sesión, cuando Silvela abandonaba el Congreso rumbo a Cedaceros, el joven lo alcanzó e intentó una disculpa: –Perdone, señor Silvela, si le hecho responsable de lo que no es–; y Silvela, que iba acompañado por Santiago Liniers, con afecto y cortesía, posó una mano en el hombro del joven impertinente y tuvo a bien recomendarle: «Que le den por el culo, mamoncete». La noble apostura de Silvela y su buen aspecto amortiguó el efecto de la descortesía.

Grosería, e inaceptable, la de un parlamentario estalinista a Rodrigo Rato en su comparecencia en el Parlamento catalán. Sus palabras no merecen comentario alguno por su procacidad y bajeza. Pero sí su aspecto. El aspecto de los humanos no es consecuencia de la genética en su totalidad. Tiene bastante que ver, pero no es la única responsable. Este parlamentario que sólo sabe insultar tiene perfil de pecari, pero no es su culpa. Lo malo es que desprende hedor incluso a través del papel impreso. Y su chancla en la mano derecha pide una inmediata visita a la ducha. Poco respeto le tienen estos «berias» a su condición de parlamentarios. Así no se va ni a visitar una granja de explotación porcina. Con la chancla en la mano, el homínido le preguntó a Rato: –¿ Tiene usted miedo?–; y Rató no anduvo rápido en la respuesta. Tendría que heberle respondido. –A usted no, al olor de su chancleta, sí–. En tiempos de Tarradellas, que era de Izquierda Republicana, no se habría permitido la presencia de un parlamentario con esa marranería indumentaria. El que así va vestido, da igual que hable o no, o insulte o elogie, porque la grosería la establece su sola presencia. Eso, sí, algo coqueto es. Porta un pendientillo en la oreja derecha, monísimo por cierto.

La culpa es de la presidenta de ese Parlamento autonómico. Ante la visión del chico, se le llama al despacho y muy amablemente se le advierte que así no se va al Parlamento. Lo que tampoco hizo Zapatero con la visita familiar a los Obama. Pero el insulto zafio, grosero, amenazante, también se puede evitar si quien preside retira la palabra al jabalí de turno. En fin, para qué perder el tiempo.