José María Marco

Ambiciones

La Razón
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La clase política se ha pasado casi un año absorta en sus propios problemas. Existe ahora el riesgo de que continúe en la misma movida y haga de la política el principal objeto de sus debates y de sus obsesiones. El motivo que han encontrado es el de la reforma de la Constitución, tomado así, a lo grande y sin matices, como si esto de la reforma constitucional fuera uno de los asuntos que preocupan a la opinión pública española.

No es así, como se ha demostrado una y otra vez. Los problemas que preocupan a los españoles son el paro, la corrupción, las cuestiones económicas o la sanidad. En otras palabras, los políticos están para proponer y articular políticas que contribuyan a mejorar la vida de sus compatriotas y aprovechar las oportunidades que se le ofrecen a nuestro país. Ahora que las cosas van mejor, los españoles no pueden lanzarse a variar las bases de su convivencia política. Contra muchos pronósticos, la salida de la crisis ha demostrado que éstas están en buen estado. Así que hay mucho que hacer para crear prosperidad, riqueza y bienestar antes de abismarse otra vez en la contemplación narcisista del propio ombligo.

Por otro lado, eso de la «reforma de la Constitución» es algo bastante chusco. La «reforma de la Constitución» no puede ser una propuesta política de por sí. Lo que sí puede ser parte (y sólo parte) de un programa político puede ser una reforma específica de la Constitución, una reforma clara, limitada, precisa. En cambio, seguir hablando de «reformar la Constitución» a bulto es como enfrascarnos en la refundación de España, tarea que la salida de la crisis ha dejado atrás, afortunadamente.

Con independencia de lo poco convenientes que resultan a día de hoy –en realidad, siempre– los referéndums, el Partido Popular hará bien en reafirmarse en su objetivo de centrarse en los problemas de los ciudadanos en vez de hacer metafísica partidista. Es de esperar que el PSOE deje de intentar solucionar sus problemas poniendo en juego la estabilidad de la democracia española, y de la Unión Europea. A Ciudadanos, por fin, no le debería ser demasiado difícil entender que la «reforma de la Constitución» los encierra en el corralito de los políticos adolescentes obsesionados con la imagen que les devuelve el móvil.